ZAIRA PACHECO – ALGUNA VEZ EN UN BALDÍO


Zaira Pacheco (San Juan, 1987) Poeta y crítica. Tiene un doctorado en literatura por la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Ciutat (La secta de los perros, 2016) y Despertar en el Sahara (Alayubia, 2019) y el ensayo crítico Androginia y deseo en Póstumo el transmigrado (La secta de los perros, 2018). Sus textos también se han difundido en revistas y antologías, entre ellas: Diario de Cuba, En Rojo, Blue GumUniversitat de Barcelona e Isla Escrita, Antología de la poesía de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana (Amargord, 2018) Es profesora de lengua y literatura en el Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras.  Los siguientes poemas forman parte de su libro “Despertar en el Sahara”.
 
 
Origen
 
Hace algunas tempestades
el color ocre
trazaba historias
de hombres primitivos
que ahora pernoctan
en museos cerrados.
Detrás de los cristales se recrean
en una tarde de cacería.
Esa no es mi progenie.
Soy el bisonte herido con la flecha.
 
 
 
En este antiguo toro de durmiente ira,
veo a los hombres rojos del Oeste
y a los perdidos hombres de Altamira
 
J. L. Borges
 
 
La pared
 
Salto los collados con ligereza.
Agitada y férrea
huyo de las tempestades.
Persigo a los ciervos.
Carne tibia
tiznada de naranjas
y marrones difuminados.
De perfil, trazada en un culto milenario
con carboncillo.
Hinco el diente en la piel mullida.
Saludo a los linces
chocando la testuz.
El destino es el bramido inmóvil
que retumba
en una gruta sin descubrir.
Cuento estalactitas.
Busco una luz que alumbre a medias.
Hallo el alimento entre pinceladas
mientras brilla mi costado
con las antorchas del primer fuego.
Invoco la magia
grabada en la pared de una cueva.
 
 
Niebla
 
Tuve la niebla entre mis manos
alguna vez en un baldío.
Bajo la sombra de un cirio
me pidió ser guarecida.
Tres días de cielos grises
oculta bajo las rocas
intentó perforar en la tierra
su figura liviana.
Quiero llegar al otro lado,
susurró.
Y se hizo el silencio.
 
 
III
 
En el claustro de una catedral
las magnolias te nombran.
Tu ausencia es una nostalgia medieval
que anuncia el graznido de una oca.
Desde el siglo XII estás grabado
en la corteza agrietada.
Atado a la negrura que serpentea en mi frente.
 Un cuerpo de agua
delínea tu cabello plateado.
Tus manos.
En los naranjos nació tu boca jugosa.
Bebí de tus palabras muchos antes
de que las criaturas nocturnas
se convirtieran en piedra.
 
IV
 
Hay una grieta en la garganta.
Un poco de arenilla que roza los alvéolos.
Una gruta que guarda algo más que la oscuridad.
No es sombra, negrura
opacidad
ni aquello renegrido.
La palabra se asoma para decirme
que hay tal cosa como una tiniebla
que se apaga en luz.
 
 
 

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