180. Año 9: MANUEL PÉREZ TAPIA | Tierra apretada

MANUEL PÉREZ TAPIA (Chile, 1995). Estudió Lengua y Literatura, y Pedagogía en la Universidad de Chile. En 2018 recibe el Premio a la Creación Literaria Joven Roberto Bolaño, otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio del Gobierno de Chile. Ha publicado en diversos   medios y revistas independientes, como la Revista Carcaj y la Revista Grifo de la Universidad Diego Portales. Su labor se centra en la educación poética en distintos entornos educativos formales e informales, realizando distintos talleres de creación literaria.

 

 

 

TIERRA APRETADA

 

¿Hay salida posible hacia afuera
o toda salida es hacia adentro,
hacia el reino de la raíz?

Damaris Calderón

I

Sueño con piedras

 

¿Qué eres?

¿Sombra, perfil, corcoveo, fiebre?

¿Planta enredadera
que no deja de beber
los colores reflejados de este lado del muro?

¿Eres deseo puro,
molienda inexacta de deseo,
un deseo preciso en el orden de las apariciones?

¿Eres mordida acaso,
rasguño, lagrimeo, medida,
greda, aplauso, goteo?

¿Qué serás en el último coletazo del verano?
¿Pájaros que se guardan en colores específicos?
¿serás esos nidos en el ojo?

Unas costillas de cuarzo rosa

en sus ramajes escondo una obsidiana,
palpita luz del día, roces de la medianoche,
llevando a mis manos lo que hago en el mundo.

Hago dos cosas con el tiempo: vivir y morir.
Mi mano izquierda le roba a mi otra mano sus alzaduras,
mis pies les quitan sombra a los árboles.

Detengo mi sangre para escuchar a los pájaros,
y me desangro en los precarios espacios púbicos.
Esto hago con mi cuerpo, vivir y ser vivido.

Te hablo con los ojos cerrados:
solamente el fluir de ti y de mí en un pozo,
solo cavernas con reflejos de nuestros perfiles,
esmeraldas ciegas para tener en cuenta un sueño.

Las preguntas que hoy no nos dejan dormir
nos harán soñar otro día.

 

 

II

Desierto

 

Cuando tengo tabaco fumo mucho,
cuando no, miro el cielo.

A veces, voy al patio de la casa
a observar caracoles muertos;
les dejo un pétalo de algo que se comieron
sobre sus caparazones de corteza de pan,
mientras me calzo un sombrero negro
y el sol se me va entrando por los oídos.

Cuando hago esto me llevo caracoles a la boca.
Les hago una casa con mi labia
y me hacen ser juicioso    con la sequía   con la herida
me mojan la costra seca con su ligosa claridad.

Lo mismo que ir a la plaza de mi pueblo
a recoger luz del día y neblina en una canasta,
separo las ideas estéticas de mi carne,
aunque huesos y arte vayan a la misma caja,
y uno pueda morir de su escritura,
me dejo vivir un tiempo entre ilusiones,
lentamente entre neblina e ilusiones,
y sin ser visto vuelvo al mundo real.

 

III

Raíces heridas

 

Tierra apretada
en medio del desierto.
Es mentira,
pero es verdad.

Un légamo infinito
en todo el cielo.

Y una sed
en los ojos
mirando arriba.

Árboles que no son para ti.
Sombra que no te corresponde.
Aguas arriba, dejándote un pozo.
Aguas abajo, en la arena de las palabras.

Solo viento, ni eso.

Aire y aire que arrastra.

Como sombra con sombra,
se levanta la voz de un pozo de agua,
se levantan los seres dormidos,
un tajo en el pozo que gotea besos.

Era cierto,
nada adelante,
nada atrás,
solo una noche
y otra igual.

Los días no pasan.
Quedan en la arena.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *