182. Año 9: EMMANUEL ORTEGA TOBÓN | Eclipses de tinta

EMMANUEL ORTEGA TOBÓN nació en la ciudad de Medellín en 1995. Es egresado en Filosofía de la Universidad Católica Luis Amigó. Actualmente, cursa una maestría en Educación en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Medellín. Desde niño, manifestó una vehemente pasión por las artes plásticas y la poesía, en las que busca capturar el instante fugaz e inmediato del ser, la identidad, los fluctuantes sentimientos y los ensueños de la carne. Su obra poética ha sido publicada en destacadas revistas literarias, como la revista Innombrable, Alcantarilla y Ouroboros. Además, ha participado en varias antologías poéticas de la Editorial Mítico y de Litéfilos. Eclipses de tinta es una colección de poemas que explora el baile sin fin de la luz y la oscuridad, donde la realidad se desvanece y se reconfigura de manera impredecible. En este juego del ocultamiento y la transformación, la naturaleza y lo humano se entrelazan en una danza de creación y destrucción. A través de la poesía, se revela la compleja relación entre la naturaleza y la condición humana, en una búsqueda constante de la expresión poética filosófica y filosófico poética que desafía los límites de de la creación y la condición humana.

 

 

 

Eclipses de tinta

 

Dedicado a mi amiga Luisa Fernanda Pemberty

 

Soles negros

 

Cansada y triste, gris como las tormentas de octubre,

Allí nací, afligida por la nieve que cubre el mar.

Mis pies se fundieron, cansados, en el asfalto,

Sin vida, existía mirando veinte primaveras

De soles negros.

 

Sin oráculos, la luna guía el timón

De mi barco, en el desierto.

Viví nadando, enseñando

Con ensoñaciones de la cultura y la physis

De los presocráticos.

Vi el eclipse desaparecer,

El follaje de estrellas marchitarse,

Sin despedirse.

 

En esta árida montaña,

Observé el cosmos y la nada,

Y sobreviví cantando:

“Soy tan amada y temible

Como el cielo, el mar de fuego,

La sombra de la primavera

Y la última estrella en invierno”.

 

Vivo muriendo en los aromas del bosque,

Sacudida por las palpitaciones de las olas.

La música del viento penetra en el crepúsculo,

Las tinieblas de la noche abrazan y derrumban mi ser.

 

Mi carne gorgotea y sucumbe

Al éxtasis de no saber volver a Ser.

El alba incendia mi memoria,

La belleza y el horror tejen

Este teatro de turbulentas sensaciones

Y deleites musculares

Que hormiguean y colorean las fibras

Del alma, la carne y mis letras,

Que desfallecen ante el paisaje

De ver el universo reflejado en un estanque.

 

 

La danza de Eros

 

Susurra la luna en sus ciclos,

Que se desvanece sin cesar:

“De la danza celestial y abismal,

Nadie sale ileso”.

 

Tormenta en la carne y el alma;

Un suspiro que se eleva al cielo penetra en el lecho de los astros.

Y los dioses, ¿existen?

No, solo el misterio penetrante y el encanto siniestro que es punzante.

Sensación que supera la razón,

Laberintos de pasión que nos envuelven.

Ensueños, gemidos, fantasía y furor,

Temblores en piernas y caderas que nos llevan

Al vertical abismo, donde Eros desfallece

Ante el juego de la seducción.

En un perpetuo carnaval de suplicios,

Los amantes y el fuego del sudor evocan la muerte

Con sollozos y rugidos.

El apetito crece, y su caníbal ternura

No cesa, no fenece.

Las fricciones de la carne son vehemente sed y hambre.

Guerras fluctuantes que nos envuelven.

Suspira el cielo nuevamente, la noche se abre,

Y todo espectáculo deviene en claroscuro.

Ensueños rimbombantes; los ojos gritando en silencio

Graban los recuerdos y el ritmo del afilado ajetreo.

Su salvaje melodía pasajera encapsulando

Toda pulsión del deseo.

 

Viven y mueren las máscaras de los personajes

Por la fricción de los cuerpos.

Viven muriendo los amantes, y muriendo viven

El teatro de quimeras y diamantes.

Entrelazadas bestias entre el instante y la historia,

Las coquetas miradas renacen, encarnan

Latentes memorias de caricias y ciudades de cristales,

Labios dilatados, y espejos fragmentados son nuestros tatuajes.

Las huellas se queman, la golosina caníbal

Transgrede la monotonía.

Todo forma parte del festín estético

De las células, el cuerpo y el alma,

Concretando la apoteosis del instante eterno.

 

 

Ríos de tinta

 

Otra vez estoy aquí sentado,

En la misma soledad de siempre,

Con las mismas palabras que en silencio conjuran

El desorden de sentidos.

Encarnan, aferrándose al ritmo,

Para estrangular mi existencia

Contra toda pulsión del instinto.

Un conjunto de verbos sacude mi espíritu.

Rasgaron el esófago e hicieron de la existencia

Un devenir de espectros en mares enfurecidos.

Los días pasaron.

Todo lo inanimado se mostraba ajeno,

Lejano y confuso.

Los libros estaban blancos, las películas no eran ya proféticas, la pintura y la poesía mudan sin tonalidad cromática.

Todo parece teatro, con soundtracks de Chopin,

La pintura de Blake y Goya decorando la habitación.

Todo encanto se transformó en amalgamas de caos

Sin color, himnos mudos entre rostros,

Miradas en espejos y espacios rotos.

 

Vértigos sin sensación de fricción.

La soledad y su cofre de memorias,

Más allá del olvido y el recuerdo,

Sin registros de la anatomía del alma de la palabra

Y los himnos a la ausencia del tiempo, que es nada.

Fluctúan los eclipses, las nubes esculpiendo las páginas escritas por alguna otra mano y la mía.

Mueren y renacen los ríos de tinta,

Que graban con dedos de cuchillos

Y voz de diamante los nombres en las fibras musculares.

 

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