MARCIA ARÉVALO VALENZUELA (1978) es una profesora, terapeuta y escritora chilena. Ha sido publicada en antologías de diversas editoriales emergentes latinoamericanas. Su poesía, sin estilo fijo, fluye como su alma: libre, feroz y auténtica. A través de una voz íntima y profunda, disipa la niebla de corazones dormidos, despertando a quienes han olvidado que están vivos. En cada verso danza entre lo visible y lo oculto, efectuando un llamado sutil a ser reales, a sentir profundamente.
EL IMPERMEABLE
La lluvia lucía inclemente. El viento azotaba los periódicos de los quioscos. Estaba anunciado un gran temporal, pero yo, tozuda, nuevamente no le hice caso al “señor del tiempo de la tv”.
Crucé la avenida Manuel Montt para guarecerme un poco y para ver si tenía la suerte de encontrar un impermeable. De esos que te resguardan hasta de los pesares.
Sonó la campana de bienvenida. Avancé hasta el fondo de la tienda en busca de mi objetivo: un impermeable a prueba de balas, un impermeable-infranqueable.
De pronto, entremedio de todos los abrigos, lo encontré. Era de un color intensamente burdeos. -Ése es- me dije.
Lo saqué de su colgador con un movimiento casi ceremonial: en mis manos se convertía en una prolija capa para enfrentar a los dragones foráneos.
Lo porté sobre mi cuerpo. Y entonces ahí la vi.
La vi con su figura espigada. Tan alta como mis ojos de niña me permitían verla.
Sus tacones sonaban presurosos. Y su impermeable. Su impermeable era tan magnánimo, que cuando corría a su encuentro, ninguna criatura forastera podía alcanzarme.
Siempre presta. Siempre disponible: tanta dulzura y tanta compasión desde sus manos. Cat Stevens entonces, dibujaba una dulce melodía, casi hipnótica… porque mientras ella se apresuraba en contra de los relojes, yo me quedaba con los acordes de esa música por tardes y noches completas.
La vi tantas veces dejar a su hija con el corazón descosido, con el llanto atrapado, que ideé miles de maneras de rescatar a esa pequeña desde las fauces lúgubre de ese subterráneo.
Ella rearmaba su porte espigado. Rearmaba su bravía. Y nuevamente los tacones presurosos comenzaban a sonar como un pulso de vida.
Tanta vida y tanta alegría. Tanto encuentro y tanta admiración: ¿Cómo ella podía barajar esa intrincada ecuación para mí imposible: ¿ser madre, ser mujer y además trabajar? Trabajar con su impermeable. Embellecerse con su impermeable. Volverse invencible con su impermeable.
Y en ese recuerdo omnipresente, me vi frente al espejo, ahora portando un nuevo- ancestral impermeable, tomando toda la sabiduría de ella, de sus tacones presurosos, de su impecable inglés, de su maternar desafiante, pero en resplandor…como “la mañana que ha amanecido como la primera mañana”.