187. Año 9: LIA MARKIN | Ácido [Cuento]

LIA MARKIN es una escritora, editora y traductora judeo-colombiana cuya obra ahonda en temas de identidad, trauma y existencialismo, mezclando una prosa minimalista con un oscuro realismo psicológico y un análisis cultural crítico.

 

 

ÁCIDO

 

El humor de Fanny era lo bastante ácido como para arrancar la pintura de una pared o ensartar a un extraño en menos de cinco segundos. No era intencionado, al menos no siempre. Pero cuando has pasado suficientes años sintiéndote como una bocina de niebla en un mar de silencios, tiendes a hablar en decibelios que rompen ventanas.

No es que odiara a la gente. Ni siquiera se odiaba a sí misma, a pesar de lo que algunos pudieran decir. Sólo se sentía… agotada. Parecía que el mundo estaba lleno de gente que no estaba tan cansada como ella, pero que se quejaba de su vida con un vigor que le daban ganas de morderles el cuello.

El café estaba sorprendentemente tranquilo para ser un jueves por la tarde, una calma que se siente en esos lugares donde la gente viene a hacer como si estuviera sola, aunque no lo esté. Fanny estaba sentada junto a la ventana, removiendo su café con la misma energía nerviosa que le ponía a todo lo que implicaba tomar alguna decisión. Había ido solo porque tenía que encontrarse con alguien, un viejo conocido, Martín, que siempre se sorprendía de que ella no hubiera cambiado.

Llegó veinticinco minutos tarde.

—Perdón por el retraso—, dijo Martín, deslizándose en la silla frente a ella con un suspiro que parecía más un esfuerzo por existir que una disculpa. —Estás diferente.

Fanny pestañeó. —Espero que eso no sea un cumplido.

—No, quiero decir… un buen diferente—, se apresuró a decir Martín, intentando arreglar lo que acababa de decir con una risa nerviosa. —Como… más… viva.

Fanny levantó una ceja, una chispa de algo parecido a la curiosidad en su rostro. ¿Más viva? Si él supiera cuántas veces le habían soltado esa frase, creyendo que era una verdad revelada. La gente decía eso cuando llevabas mucho tiempo triste. Lo tomaban como un cumplido, pero Fanny sabía que no era más que una forma disimulada de decir: «Qué bueno que ya no pareces un fantasma».

—No estoy segura de que «viva» sea la palabra adecuada—, dijo, presionando la cuchara contra la taza hasta que sonó contra la porcelana. —Soy más bien… un maniquí cansado que finge tener personalidad.

Martín parpadeó. —¿Qué?

—Ya sabes, viva pero vacía por dentro—, siguió, con la mirada perdida en la ventana, donde la lluvia comenzaba a golpear el cristal. —Como un… como un maniquí de vacaciones. Así, nadie espera que seas funcional. Te quedas ahí, sin expresión, hasta que alguien se enfada lo suficiente como para tirarte una moneda.

Martín abrió la boca, pero la cerró rápido. Fanny ya estaba acostumbrada a eso, al instante en que la gente se daba cuenta de que había entrado en una conversación que no les correspondía.

—De todos modos—, dijo, forzando una sonrisa. —¿Qué pasa contigo? ¿Sigues fingiendo ser feliz?

Martín se movió incómodo en su asiento, golpeando la mesa con los dedos. —No lo sé. La vida ha sido… buena, supongo. No genial. Pero, ya sabes, buena.

—Buena—. Fanny hizo una mueca; sus labios se torcieron en una expresión de desdén. —Esa palabra es tan sosa. No sé por qué la gente la sigue usando. Es como intentar emocionarse con pintura beige. Es… neutra. Completamente neutra.

Martín se rió, aunque con algo de incomodidad. —No cambias, ¿eh?

—Sí, bueno. Algunas cosas nunca cambian—, dijo Fanny. Y lo decía en serio, porque para ella la gente como ella seguía un camino bastante claro. Un poco más de amargura, un toque más de ira, tal vez un resquicio de vulnerabilidad de vez en cuando. Pero lo cierto era que Fanny había visto lo suficiente como para entender que todo eso no era más que una forma lenta de morir, un proceso en el que todos nos acercamos al final, haciendo de cuenta que las cosas podían mejorar.

—Sinceramente—, siguió Fanny, con la voz cortante otra vez—, lo único que ha cambiado es que ahora ya no me importa. ¿Alguna vez has pensado en lo absurdo que es? Lo que hace la gente por preocuparse por cosas que no importan.

Martín dudó un momento. No sabía si debía seguirle el juego. Fanny era justo lo que él recordaba. No buscaba aprobación ni cariño, no como los demás. Ella solo quería demostrar algo. asgar las cosas como una lata de atún en mal estado y dejar que el olor permaneciera en el aire todo el tiempo que pudiera.

—No contestes a eso —dijo antes de que él pudiera responder, como si todo formara parte de su rutina—. En realidad, no me interesa escuchar tu respuesta basura. Es que me gusta el sonido de mí misma hablando.

Él la miró por un rato, con los ojos cargados de algo que se parecía a la lástima. —Tal vez deberías… no sé, ¿salir más?

Fanny puso los ojos en blanco. Salir más. Como si eso fuera a arreglar algo. Como si el mero hecho de salir de casa pudiera desentrañar el desorden de su cerebro. Ese mismo cerebro que sabía cómo cortar a alguien con un comentario, pero no encontraba la forma de hacer las paces con la torpeza de vivir.

Se rió bajo, casi como un gruñido. —Ah, claro. Lo agregaré a mi lista de cosas por hacer, justo después de «Encontrarle sentido a la vida» y «Preocuparme por los demás».

La conversación se apagó, como se esperaba. La expresión de Martín se desinfló en tiempo real, como si estuviera viendo cómo su último intento por conectar con ella se desmoronaba.

Fanny miró por la ventana. La lluvia había parado. El mundo seguía húmedo, gris, pero de alguna manera seguía avanzando sin ella.

Ya no sabía qué esperaba. Tal vez algo amargo. Algo que la hiciera perder los estribos. Pero incluso eso le parecía una esperanza tonta.

Estaría bien, pensó, que el mundo dejara de hacer que gente como ella se sintiera obligada a disculparse por no ser suficiente.

Pero no fue así. Se quedó sentada allí, bebiendo su café, pensando bien qué decir, esperando a que Martín hablara. No lo hizo.

Y eso también estaba bien.

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