MIRIAM DAMARIS MALDONADO es la gerente de El Proyecto de la literatura puertorriqueña/The Puerto Rican Literature Project, financiado por Mellon y alojado en el Centro Latino de Humanidades Digitales de Estados Unidos (USLDH) de la Universidad de Houston. Es poeta, escritora y social puertorriqueña. trabajadora, activista, bailadora, curandera y fundadora de la organización feminista de Houston, Colectiva Feminista Colibrí. También sirve a la comunidad como trabajadora social y es miembro del Colectivo de Grupos Puertorriqueños de Houston. Su libro Enraizada fue publicado en 2022; su traducción al inglés, Rooted, se publicó al año siguiente. En 2023 recibió el premio Houston BIPOC Artist Award. Maldonado recibió una Maestría en Asuntos de Mujeres de la Universitat de Barcelona y una Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Sagrado Corazón, Puerto Rico.
TRES COSAS INCÓMODAS
Hay tres cosas que me molestan en la vida. Vamos, me perturban, son intolerables. La primera, que me interrumpan cuando estoy leyendo o escribiendo. La segunda que cuando escribo algo, me digan que lo deje descansar. ¡Que lo deje descansar! ¡El poema! ¿Desde cuándo los poemas descansan? Entender esto se le hace difícil a mi marido, bueno, se le hacía difícil, ya esto no es un problema.
Me encontraba en la sala de estar, con café en mano, mi libro, mi música jazz de fondo. Se aparece y reaparece como sombra y yo, miro por encima del libro, con el premonitorio miedo de que voy a ser interrumpida en algún momento. Lo miro, vuelvo a mi línea, sigo leyendo, leo otra línea, el pasa de nuevo, no quiero perder el flujo de la lectura, pasa silbando. El silbido me molesta, pero trato de confundirlo con el jazz, va por encima de esto, me incomoda, pero lo ignoro, si le menciono esto, se volverá una conversación y ya no podré leer, ni escribir, ni crear. ¿Por dónde iba? Sí, la metáfora idónea. Trato de crearla. Releo. Resumo lo que tengo y ahí está. De nuevo. Ahora viene hacia mí. Mi marido, a medida que se acerca, también es mi poema. Ya no silba. Ahora, me mira directo. Yo lo miro de manera incómoda.
—¿Tienes algo que decirme?
—Nada. Llevas rato ahí.
—Vale, ¿Quieres que te lea lo que he escrito?
—Por supuesto.
Leo el poema, cada palabra, cada espacio, respiramos entre las metáforas, siento que conectamos y de esta manera, el esfuerzo de haber escrito vuelve a tener un sentido. Floto. Mi marido ya no es mi marido. Es un poema. Las metáforas se cuecen en su piel, en sus labios entreabiertos. Ahí, en su silencio. Lo observo, y le brotan palabras, imágenes, figuras literarias. Termino de leer.
—Ahh, déjalo descansar—me dijo.
Recosté el poema, cada pedazo, ahí está despedazado, cada metáfora ensangrentada, cada gota rítmica. Cada palabra arrancada de las entrañas. La poesía extraída de las vísceras. Ahí está. Extasiado. Descansando. Así fue que ocurrieron los hechos.
La tercera cosa que me molesta, es sentarme aquí a responder preguntas de porque maté a mi marido. Señor Juez, él mismo me dijo que solo quería descansar.