MATILDE GUTIÉRREZ MARTÍNEZ. Nací y vivo en Avilés (Asturias). Desarrollé mi vida laborar en el CEPA (Centro de Educación de Personas Adultas), en la misma localidad. El tiempo de la jubilación me invitaba a escribir mis pensamientos y reflexiones con el íntimo deseo de hacer un balance vital. En enero de 2020 comencé un curso de Escritura Creativa. La experiencia supuso un descubrimiento sorprendente, una manera de utilizar la palabra que trascendía lo cotidiano. Publiqué mi primer libro, Diversos, junto con cuatro compañeros de distintos países que encontré en el camino, ya amigos desde entonces. Un tiempo más tarde, en solitario, publiqué La poesía espera, y a finales de 2024 vio la luz Entre la reflexión y el poema. Soy consciente de que la poesía es un lenguaje peculiar, al que se le debe respeto y dedicación. Por esta razón sigo formándome concienzudamente en cursos, con maestros especializados en la enseñanza de la creación poética. Tarea que me resulta apasionante, tanto como escribir poemas.
ENTRE PELDAÑOS
Una mirada fugaz en la escalera
hizo brotar una íntima alegría,
alegría que remueve las sienes en su sitio.
Una mirada oblicua en la escalera
eriza una piel sin perspectiva
que espera ya una respuesta tan dulce
como la llegada de las fresas de febrero.
Y mientras se respira un deseo agazapado,
un afán de rozar el perfil de una silueta,
y una mirada acierta el secreto de unos ojos,
una suave ilusión queda prendida
a un delicado adiós hasta mañana.
EN LA FÁBRICA
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros
(Miguel Hernández)
Las lágrimas de cera derretida
salpican
columnas de metal como en un duelo.
Un lacayo consume
miradas transparentes en las horas.
Los pequeños devoran los mendrugos
al son de un golpe de aspas en las sienes.
El hambre extiende el esqueleto
en sus huecos de vientres diminutos,
en la danza de hielo en las heridas,
en el ruido más sordo de motores.
Las criaturas se desmayan
en el suelo que esconde la luz viva,
y el sol no encuentra el trazo de los gestos.
El sudor en las grietas de una fábrica
envuelve un frío de urnas blanco roto.
Las cabezas feroces de monedas
rematan
la salud de los mirlos en enero.
y el aire palidece
en el azul total de las alturas.
EL ÁRBOL
Una luz clara de invierno
ilumina la silueta de aquel árbol,
en mitad del parque,
entre hierbas que vigilan su esqueleto.
Las ramas desnudas de sus hojas
acogen con paciencia
nidos que aguardan alegres moradores.
Sereno entre el alboroto de los niños,
sin la inquietud que quiebra voluntades,
solo espera la llegada
de los brotes tiernos en sus ramas,
y que el impulso del sol más vigoroso
se vuelva el pan necesario de las bocas.
Mientras el aire total se desmorona,
el árbol nos salva de nosotros.
Quién sabe si su ofrenda
la verá tan solo el viento.