ANA CORVERA (Zacatecas, México, 1984) es poeta, ensayista y divulgadora de ciencia. Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara y Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Autora de Nocturno corazón de los insectos (Ediciones de Medianoche, 2011) y de No volverse agua (El Ángel Editor, 2022). Sus textos de creación y de teoría literaria aparecen en revistas de Chile, Estados Unidos, Uruguay, México, Venezuela, España y Colombia como Altazor, Aérea, Nueva York Poetry Press, Esteros, Norte/Sur, Campos de plumas, Sincronía, Letralia, Liberoamérica y La raíz invertida. También en los libros Pensamiento Novohispano (UNAM), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP), Palabras vivas: ensayos de crítica literaria en torno a María Luisa Puga (IZC) y Ficcionario de Teoría Literaria (Texere). Fue docente de la Academia de Escritores en Venezuela y ha participado en festivales internacionales de poesía en México, Colombia y Ecuador.
Fotografía: Luis Enrique Yaulema Orna
El holandés errante
Creo en el barco de plata
que tiembla encima de su mano.
Creo en las islas donde estaremos
por fin juntos
cuando el amor rompa
los cristales de su miedo.
Un sorbo de sal que calme la duda;
un mar empantanado que apacigüe
mis ganas de huir.
Así es como labro un altar
para el fracaso.
Con cada sílaba de su nombre
un cincel de agua y piedra;
una forma de ahuecar
las luces de mi sueño.
Yo deseé me encontrara
en la imperfección de lo líquido
y le rezara a las olas pintadas,
en esta vestidura arenosa que soy.
Pero el barco acelera gris
encima de su mano.
No quiere anclaje en ninguna isla.
No tiene tiempo para descifrar el agua
antes de estrellarse
contra sí mismo.
(No volverse agua, El Ángel Editor, Ecuador, 2022)
Resonancia magnética
El amor que me tuvo mi padre
es un falso animal condenado a la muerte
—entre los axones de la corteza el hipocampo
no es caballo de agua o nido de alevines;
es tiempo y estructura. Un ancla sin brío
donde queda la memoria indefensa
a capricho de la superficie.
Una verdad golpeó al hombre.
Translaminares sus certezas por en medio de los gritos,
las llamadas de emergencia, la disculpa que ya no pudo pedir.
Si el radiólogo quisiera devolverme la ternura
haría una foto del lóbulo prefrontal de mi padre justamente hoy,
a un dígito de su extinción.
Frente a la máquina me explicaría,
a pesar de lo compacto y lo reticulado del silencio,
por qué mi padre nunca me olvidó.
Pero un negro sanguíneo se cuela por los huesos
y no hay médico capaz de evitar la agonía.
En el cráneo de mi padre muere un pez que nunca pudo moverse.
Un caballito incapaz de dar luz a ninguno de sus hijos.
(Publicado por única ocasión en la revista Altazor, Chile, 2022)
Mosca suicida
Llena de tornasoles una casa, colma los oídos con su vuelo. No hay olores que la asusten, lo prueba todo:
el dulce sudor de los infantes, la agria enfermedad de los viejos. Agua de colonia, queso abandonado,
carne recién sazonada, fruta cruda, verduras hervidas, estiércol diminuto de las ranas.
Revolotea la cabeza de los intolerantes. Sabe del miedo a la muerte de los seres queridos; también de los
dolores que se ocultan a favor de la inocencia. Se roba los desechos involuntarios de la memoria:
desaparece rostros, olores, palabras, pero nunca el sonido de una voz.
A cada manotazo, a cada esfuerzo por aniquilarla, responde con una sonrisa. Sus hijos duermen en
cáscaras podridas. Están a salvo, beben miel y orines para que, aún ciegos y ya huérfanos, conozcan la
dureza del camino.
La mosca suicida está llena de curiosidad. A veces se pregunta qué hay del otro lado, detrás de las redes
que quieren atraparla. De inmediato un hada alza la vista, le nubla el paso y se convierte en
pensamiento. Entonces el insecto busca desesperadamente una mano franca, dispuesta al estallido.
Se detiene. Mira y bendice a sus hijos. Embriagada de gusto, va en busca de la caricia de odio, ese, su último momento.
(Nocturno corazón de los insectos, Ediciones de Medianoche, México, 2011)