ANDREY GOMÉZ JIMÉNEZ – HEMOS DESEADO ENCONTRAR EL SILENCIO Elí Urbinajulio 2, 2021julio 2, 2021Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Andrey Goméz Jiménez (Grecia, 1997) Docente y filólogo costarricense. Miembro y coordinador regional de la Unión Hispano mundial de Escritores. Graduado con honores de la Universidad de Costa Rica. Estudiante de dos posgrados en el SEP (Sistema de estudios de posgrados de la Universidad de Costa Rica): Maestría en Enseñanza del Castellano y Maestría en Literatura Latinoamericana. Se desempeña como Asistente Editorial y Filólogo en la Coordinación de Investigación de su Alma Mater y como docente de secundaria en el Centro Formativo Nuevo Milenio. Es atleta y competidor en el equipo representativo de Karate Do de la Universidad de Costa Rica, ha ganado múltiples medallas compitiendo en varias partes del país por su Universidad. Posee dos artículos académicos publicados en revistas costarricenses. Poemas suyos aparecen publicados en Revista Cultural Mexicana Primera Página y en Revista Kametsa en Perú. Pecado original Existen días en los cuales soy todo menos paz, Jueves vallejos en los que me corroe aserrín por las venas, y mis yemas son aguaceros tristes. Agostos de ira contra crucifijos, de memorias traicionadas, de indígenas y Dioses aztecas pisoteados. Meses de rabia contra la boca imbécil de los hombres. De fe ciega en Colón. Es entonces, que no tengo poemas para la juventud, ni palabras de miel para mis amantes. Solo tengo panes negros, ojos grandes, hondos, secos: cavidades. Y una pluma con la historia del universo. Existen días en los que soy nada; y soy paz. Parábola de silencio Hemos deseado encontrar el silencio, y reclamarle tantas palabras. Tomar al grito y preguntarle dónde estuvo, en aquella penetración dolorosa, en dónde el vocablo exacto señalando al violador. ¿En dónde el fonema justiciero de muerte? Ahora solo le quedan: palabras/parábolas inútiles. Y la vida se le va; En buscar las adecuadas Y ahora en asir sílabas como tejidos, que caen: una a una e interrogan, a un dios pájaro, sin el don de la paz. El pan de cada día No nos bastó con América ni con el negro, a dónde nuestras conquistas acaban, sino en ganglios, articulaciones, corazones y venas que crepitan. «Padre nuestro que estaís en el cielo, dadnos hoy nuestro pan de cada día» Ignorados son los gritos y los ojos apagados. No poseen lengua e igual se les arranca, no ha de ser que aprendan español, y la mirada se evita por temor a encontrar un recoveco de alma. Pero: «Padre nuestro que estaís en el cielo, dadnos hoy nuestro pan de cada día». Y si yo fuere dios, les daría el don del discurso; ¿cómo van a acabar las guerras? Si el pan de cada día es un asesinato. hablar de paz, cuando se desayuna muerte, hablar de amor al prójimo, mientras este es masticado, hablar de humanidad, cuando el plato tiene los restos de una madre. Observo al rey de las especies, encerrando a sus hermanos menores y mi corazón de raíces, apretujado me confiesa: maldito el animal, que confía en el hombre. Padre nuestro, venga a nosotros tu reino, porque de ellos, hicimos algo peor que el infierno. Génesis Hay días de hierro, Tan pero tan oscuros, Que no hay ni un solo color en las calles Solo restos de cabellos, Pulseras, promesas y prosas rotas. Manos afiladas en los muros De gritos inquisitorios. Golpes que le quedan cortos con el odio del dios vallejo. Hay meses hechos de barrotes negros, Que encierran, Duelen. Entonces gritar, ¡Ah! Y gritar de nuevo, ¡Por segunda!, ¡Tercera vez! Se pierde en una balanza de falsa justicia. Recorro los ayeres y encuentro signos de exclamación, de excavación, de violación de tierras y mujeres por igual. ¿Redención? ¿De quién? De cuál dios enfermo, de violadores cristianos que llamaron y llaman a las puertas del cielo, para que San Pedro abra las piernas. Hay años hechos de grilletes, en los que las manos gigantes de Debravo solo me hubieran servido para aplastarlos a todos, como aquel diluvio divino sumerio. Hay un siglo lleno de herrumbre Qué no ha sabido más que parir desgracias, Y repartir ad continuum cien años tras otro… Y es que hay una historia negra, Un infinito represivo planteado desde el origen, hay un origen duro y sádico, dónde la mujer según un tal Adán, es sólo una costilla más. Paraguas hecho de humanidad Hay siglos que fueron grises como piedras. Historias de pieles apáticas, acromáticas, atemporales. Pesa entonces la historia; de un continente, de las mujeres, de los hambrientos, de los animales. Todo condensado en no sé qué textos de ficción, pero vivido en nuestra memoria circular. Y el hombre, sujeto miserable, lanzado a una selva moderna, solo puede llover lágrimas, y no tengo paraguas, para evitar que se me empape el pequeño reloj de arena, que guarda mi pecho de acero. No propongo una bandera blanca, propongo la única sustancia firme que viene de las entrañas del animal que le fue otorgado en el don del lenguaje. Y con suerte quizá, una pluma, que borre para siempre la historia del universo Y apunte, a una mejor. Facebook Twitter