ANTONIO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ – CUANDO FUIMOS ETERNOS Elí Urbinaenero 10, 2020enero 10, 2020Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Presentamos siete poemas de Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, España, 1978) es autor de los libros de poesía El camino de vuelta (Pre-Textos, 2012), Insomnio (Fractal Poesía, 2013; Origami, 2015) Las hojas imprevistas (Ayto. de Alhaurín el Grande, 2014), Los signos del derrumbe (Hiperión, 2014) y Estado líquido (La Isla de Siltolá, 2017). Ha recibido los premios “Antonio Machado en Baeza”, “Arcipreste de Hita”, “Antonio Gala” y “Festival Fractal”, entre otros. Es licenciado en Filología Hispánica y máster en Edición por la Universidad de Salamanca y trabaja como profesor en un instituto de educación secundaria de su ciudad. Algunos de sus poemas, traducidos al inglés, han aparecido en revistas de Estados Unidos como Osiris Poetry, Asheville Poetry Review, Connecticut River Review o Cimarron. También en aquel país ha publicado Signs of Collapse (New York, Clare Songbirds Publishing House, 2018), la versión en lengua inglesa de Los signos del derrumbe, a cargo de Jorge Rodríguez-Miralles. Como dramaturgo, ha estrenado la obra La entrevista (2018). LA PUREZA Una vez viste a un niño atropellado junto a un animal muerto, en plena calle. Lo que no recogían los informes era el terror del niño al ver al perro lanzarse de sus brazos hacia el cruce. Lo que no se dijo, seguramente, fue el impulso de correr hacia él, como si fuera el acto culminante de su vida, el peligro absoluto, la amenaza a todo su universo. No se dijo nada de aquel cariño improvisado entre seres pequeños. Nadie supo la dimensión exacta del amor verdadero entre los indefensos. La pureza escoge los caminos más humildes y nada sabe de este dolor, ni de nosotros. (Las hojas imprevistas, 2014) EL OTRO Con la amenaza cierta de otro tiempo peor, que hará pedazos esta frágil quietud, esta apariencia de paz, me entrego al día y a su celebración, agradeciéndolo. Espero un viento que ha de tronchar ramas y arrancarles las hojas para siempre. Se llevará los restos de aquel otro, de aquel hombre futuro, no del que hoy es feliz y que se siente el ser más poderoso de la Tierra. (Los signos del derrumbe, 2014) INVENCIBLE Con cuidado te acuno entre mis brazos. Te susurro al oído una canción cualquiera y ya no tienes miedo. Me fijo en tus pestañas, en los ojos pequeños que miran confiados porque me ven muy fuerte, tan fuerte como yo veo a mi padre después de tantos años, con el torso desnudo, el vello blanquecino, tumbado en esa cama rodeada de cables, sin temores ni dudas, tan fuerte como tú me ves ahora, tan seguro y tan cierto como siempre. Invencible. (Estado líquido, 2017) EL VERANO DE 2016 En el verano de 2016, mientras Europa se convertía en la sombra de lo que pudo ser, nosotros nos reíamos. El día era una alfombra de luz y cada noche dormíamos los tres juntos donde quiera que fuésemos. Todo nos daba igual: lo que pasara en el maldito mundo no podía hacernos daño. Jorge crecía en el vientre de mamá con tus besos; la suerte iba tumbada en el asiento de atrás de nuestro coche. Nada nos salía mal: ni una gota de lluvia inoportuna se atrevía a molestarnos. En la playa mirábamos volar nuestra cometa que no caía nunca; era de color rojo y la llamamos felicidad. Hubiéramos jurado que el invierno se había ido para siempre de la faz de la Tierra y ya no iba a volver. Aquel verano eterno en que nosotros dormíamos siempre juntos, hermosos e intocables, y yo empecé a escribir en tiempos de pretérito, como si todo hubiera sido un sueño, como si hubiera ardido para siempre. (Estado líquido, 2017) NORMA JEANE Era una chica humilde, como tantas chicas de barrios pobres que se llamaban Norma Jeane o Martha. Le cantó “Cumpleaños feliz” al presidente y entretuvo a los muertos futuros de una guerra. Supo ser un juguete en manos de los hombres, un juguete muy frágil que acabó por romperse, como otras tantas chicas que se llamaban Norma Jeane o Martha, pero con menos suerte. Chicas que terminaron trabajando en moteles o en un supermercado; chicas de anchas caderas y de manos custridas, chicas que madrugaban tanto por las mañanas que no necesitaron jamás de los somníferos. Chicas que fueron madres, amas de casa, esposas, y nunca consiguieron reunir una fortuna ni un bonito cadáver. Chicas que se apagaron como tristes reflejos sin dejar un teléfono descolgado en su alcoba. Chicas que no eran rubias de verdad y que, a veces, cuando estaban tan solas como si se llamasen Norma Jeane o Martha, escribían un poema. (Inédito) POESÍA JOVEN No existe poesía joven, por más que la defiendan los dueños del mercado o intenten explotarla los continuos antólogos. Los jóvenes extienden sus cuerpos sobre el césped, dormitan en las aulas o sudan abrazados en terrenos de juego. Los jóvenes maltratan su salud en la calle, trepan hasta las altas cornisas del peligro y absorben la amargura con soberbia de dioses. Los jóvenes no pierden su tiempo entre los libros, viven en un ardiente destello de inconsciencia que no da para más. No existe poesía joven. La magia que desprende el pulso del lenguaje no tiene condición ni cabe dentro de la estrecha pantalla de un cronómetro. No conoce la edad: De sobra sabes, que la hierba de Whitman crece desde el futuro y que el dedo de Horacio seguirá señalando cada generación que se ha agotado. Anacreonte sigue teniendo veinte años y Safo es la mujer más libre que conozco. La luz de los veranos de Eloy Sánchez Rosillo suena siempre distinta, como el color del mar en La Odisea. Si padeces la misma maldición que Narciso, tienes envejecida la pulpa del espíritu. Vieja tu alma, vieja tu manera de esconderte del mundo. Viejo el dolor que muestras orgulloso como los tatuajes de los marinos viejos. Vieja la enfermedad de verte indemne aun en el canto último del cisne. Viejo seguir el pulso de los muertos. Vieja la hermosa farsa de tu vida. (Inédito) CUANDO FUIMOS ETERNOS Para Vega Leí en alguna parte que la muerte no tendrá señorío. Y hoy comprendo por qué: Duermes sobre mi pecho con tu piel confiada y tu sonrisa inmensa reposando en su cofre. Dice un viejo poema que la muerte no encontrará dominio y es más fácil creerlo con tu aliento en la cara, con esta sangre nuestra que alimenta tu cuerpo y este sueño arropando la intemperie del mío. Es fácil entender que no habrá señorío de la muerte en la casa donde fuimos eternos, completos y felices como antorchas prendidas que espantan a la muerte con su llama tan viva. (Inédito) Facebook Twitter