Enriqueta Ulzurrun de Asanza y Vega. Málaga (1993). Vivo en la ciudad costera de Fuengirola. Soy graduada en Historiadora del Arte por la Universidad de Málaga y tengo un máster en Gestión del Patrimonio Histórico Literario y Lingüístico Español. Mi formación multidisciplinar me llevó a trabajar durante estos últimos años como becaria en el CAC Málaga, así como organizadora de exposiciones y gestora cultural, correctora de estilo en la editorial E.D.A. Libros y profesora de español para extranjeros. Mis publicaciones más recientes son la antología Nudos editado por Editorial Bandaàparte (2018), resultado del Premio de Poesía UCOpoética organizado por la Universidad de Córdoba; un par de microrrelatos en el Diario Sur “La embriaguez de Mnemea” (nº26.384) y “Aforismos de un adiós” (nº26.404). Y también cuento con dos pequeños relatos en las antologías de Humana incertidumbre (2018) y Por un manantial de sueños. Antología de relatos (2018) organizadas por la Escuela Metáfora. Mi publicación más reciente se encuentra en la antología Cuerpos en los márgenes (2021) organizada por la Editorial Entropía.
El vestido
Estoy en ropa interior mientras
el médico palpa mis costillas.
Presiona ligeramente,
no necesita excavar demasiado,
los huesos se ven a simple vista.
Para ellos soy un yacimiento.
Me mide, pesa y apunta en silencio.
La enfermera y él hacen un diagnóstico
de mis restos, quieren saber
cómo pueden sacarme de la tierra.
No les dije que mamá consiguió ahorrar
para comprarme el vestido
rosa con botones de margaritas.
Ese día, sola en la habitación,
tiré el uniforme del colegio sobre la cama
y deslicé la prenda sobre los muslos.
Esta se clavó contra el vientre
señalando el enclave exacto
donde ahora los médicos buscan
las pruebas de mi devastación.
Me escondí para que nadie pudiera tocarme.
Tener un cuerpo parece cosa fácil.
Los hay que lo mueven sin apenas
esfuerzo aparente, con pequeños apoyos,
como un acto de fe.
Yo debo aprender a sostenerlo de nuevo
con un sinfín de trucos.
La suciedad bajo mis uñas me recuerda
que lo dejé vacío
y ahora vivo en una casa
donde alguien se ajusta los zapatos
apaga las luces y cierra la puerta,
esperando no volver.
Amantes de las flores
Escondida entre hojas,
corto las flores que más me gustan.
Hago un ramito de gramíneas, trigo silvestre,
dientes de león, centaura, jacinto
y las anudo al tirante de mi sujetador.
Siento que ando sobre un vientre blando
que sostiene mi peso mientras domo
esta gracia feroz que viene
desde el centro del cuerpo.
Mi mano se mueve sobre el pecho,
las flores caen, la ropa se queda atrás,
mis uñas mojadas de tierra y saliva
salpicadas de esta fiebre dispersa en la noche.
Las colas de liebre se balancean
manchándome de vellos sedosos,
flores gastadas por el roce de la piel.
Con el canto de los grillos
encuentro mi sexo dispuesto
en el pasto azul
bajo la montaña.
Kamikaze
Mi corazón cumple las órdenes
con total entrega. Es capaz
de bombear todo su grueso
hasta desangrarse.
No teme, no se queja
pídele lo que quieras:
no conocerás un amor
tan feroz como este.
Origami
Sentada en la cama
mondo las capas de ropa,
primero el algodón,
después el encaje
y un dulce murmullo se escurre
entre los dedos.
Pero es cuando me suelto el pelo
sobre los hombros
cuando estoy realmente desnuda.
Compruebo la piel
como si se tratara de un fruto.
En mi mano
parece una ofrenda, néctar
que dará de comer.
Lo presiono ligeramente
con los labios, compruebo
su madurez hinchada y dulce.
Me pliego a sus costillas
y él se encorva hacia mi vientre
sintiendo alejarse el temblor
de la herida.
Puesta de sol
Te miro mientras trabajas en el jardín.
Tus manos conocen la vida
que se esconde bajo nuestros pies.
Clavas tu rodilla y quitas las malas hierbas
que se pudren en el calor.
Casi todas salen enteras
pero a veces hay que cavar más hondo.
Sentada al pie de las mimosas
espero a que termines,
Fue aquí, una noche de invierno,
donde encontré tu iris amarillo damasquina
dispuesto a abrir el dolor.
Todo podría haberse perdido rápidamente
de la misma forma que una bengala se consume:
cada uno en su lado del recuerdo,
viviendo como si nada nos hubiera tocado.
Ahora, en mitad del verano,
nuestros pies recogen la calidez del lugar
mientras compartimos la silla
donde una vez renegué de toda felicidad,
de todo deseo.