FERNANDO DENIS. Nació en Ciénaga, Magdalena, Colombia. Este vecino del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez es considerado por muchos críticos como el poeta imagista colombiano, su poesía es un tránsito entre la imagen pictórica y los surrealistas. Ha escrito los libros de poemas La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1.997), Ven a estas arenas amarillas (2004), El vino rojo de las sílabas (2007), La geometría del agua (2009), La mujer que sueña en las murallas (2013), Diálogos con la escultura secreta. Antología personal (2013), Los mosaicos de Babilonia (2015). El Instituto Literario de Veracruz y la Secretaria de Cultura del Estado de Guerrero editaron en México su libro Alguien enciende las lámparas de octubre (2018), Las diatribas de un color imposible (2020), Ven a estas arenas amarillas (Antología poética) (2022).
PUEBLO CON CATEDRAL.
OLEO SOBRE LIENZO
Debo caminar por sus aceras hasta el brocado siniestro de una catedral,
donde Santa Catalina de Alejandría garabatea un ominoso manuscrito
y piensa en el cuadro que Caravaggio le pintara con demasiada luz,
una luz enceguecedora que relumbra incluso en la espada con que la santa
fue decapitada.
Debo tararear como peregrino la antigua música que quedó
tatuada en los patios, en el oído de la caracola, en los jeroglíficos del viento.
Abro los ojos a la noche y es como si abriera un libro miniado de sortilegios,
como si un viento atrapado entre las hojas narrara los prodigios de una raza,
alguna leyenda sombría, alguna saga hecha con retazos de memoria,
con roídas palabras calladas durante siglos por poetas, asesinos y pescadores.
Hoy vengo vestido de centinela a cuidar estas orillas, a recoger cadencias,
hexámetros, sonoridades, para urdir el azaroso canto que arderá sin junglas
y sin ramas, para trazar la memoria de la lluvia en el mapa invisible,
su atronadora luz, su algarabía, su semántica en los techos de zinc.
Por la misma ruta de la lluvia, por sus puertas en precario equilibrio
sobre el tiempo, entrará a este pueblo anónimo la gracia de Dios,
también entrará el mundo a pagar sus ofrendas y sus deudas de juego.
EL JUDIO ERRANTE
Con verbos y acentos sacados de las tumbas yo escribo tu noche,
esa noche tuya hecha de destierros, de cancelas y caminos abriéndose
hacia lugares que han ido diezmando las palabras. También te he visto
en la profunda noche de las aguas, remando en una barca embrujada
hecha con refulgente papel de origami.
Escribo sobre ti porque mi noche también tiene acertijos y encrucijadas
y se confunde en la espesura con la noche de la tinta
derramada en el pergamino, en hoteles baratos de una noche,
en callejones sin salida.
Escudriñando bajo el toldo las barajas para ver las señales
del cielo, con ojos de sibila, ¿quién podría leer tu horóscopo enmarañado,
o tu mano maldita y planetaria que no debe conocer el destino
y en cuyas líneas arde un tatuaje de fuego?
Eres uno, pero también eres muchos desde hace siglos, eres legión,
eres una raza inmortal de caminantes.
La plegaria del mundo antiguo quedará hechizada con tu nombre
forjado en templos, santuarios, estaciones de trenes, puentes,
atajos, túneles y pasadizos. Aquí estaré escribiendo tu interminable biografía
hasta que el astro terminé de corregir mi suerte, hasta que se apague
el primer verso y el último o la sílaba de ese mar que custodia
el epitafio del Judío Errante, tus últimas palabras.
Pronto amanecerá en la Biblia, en las letras de un verso que nunca
se escribió, y yo me recojo en la música verbal de mi siglo,
pensando en un sueño escrito con palabras peligrosas
como las que llevas tatuadas en las escamas de tu piel
CUARTEL DE INVIERNO
La lluvia trajina con sus ajuares y sus andamios, pule los cien
abalorios de la noche, el arca que custodia el guardián
de los cuatro elementos, el pavoroso brillo del escudo
que te ampara de la sombra, las lanzas que guardó Marcel Schwob
en un sueño antiguo.
Llueve en blanco y negro, llueve en sepia o llueve en una tela
de Richard Dad, también llueve en el país de los oboes amarillos
y en las ciudades donde octubre se quedó en las pupilas.
La lluvia es una oración y es un racimo de luz embalsamada
y es también un recuerdo de días enterrados, de músicas
que se ahogaron en el mármol y de lobos blancos corriendo en la mente
del cazador de los inviernos.
La lluvia es más viaja que el mundo y rebrilla en los santuarios,
en las lámparas de oro, en el rumor de los cántaros salpicados de rocío,
en la fuente donde el mendigo arrojó su moneda de tres caras.
Un tratado de la lluvia debería traer una elegía sobre las nubes,
los molinos y las represas, algunos versos tan fríos como témpanos
morados en un cuartel o los cascajos de granizo arrumados en un granero.
El invierno llega y se va como un peregrino y deja su huella de metal
en nuestra memoria.
No cesará de llover mientras escribo, mientras mi mano sostenga
la palabra exacta con sus tormentas y sus glaciares, pero detrás de mis gélidos
párrafos donde se estremecen los nevados,
la necrópolis, el fuego milenario de la tribu, la noche lluviosa
del sonámbulo en su celda,
los ladridos del trueno iluminarán los tesoros en tu alma,
la escritura que llevas guardada para siempre
como un tatuaje milagroso.
CANTO
Te buscaré en un libro antiguo, en un mercado de aves,
en un sueño comprado por Velázquez a una de la Meninas.
Te buscaré sin tregua en un acertijo, en una aurora boreal,
en una azarosa juguetería del barrio chino.
Iré a buscarte en la mirada de las mujeres de la Ciénaga Grande
que tejen sombras con sus anillos y sus medallas.
Iré por calles, por ciudades, por países, por todos los sitios
que me regale el idioma
y el mapa que tengo en mis manos.
Bajo la hecatombe terrible de mi siglo me rodeará la noche,
pero romperé el cristal que te envuelve y me robaré tu canto.
ENVÍO
Una estrella desatada de su azul enredadera y clavada
en el mármol, una pira en el mausoleo de las marionetas,
una cabellera de oro, un mercader de ilusiones que ata
sus barcas de papel al muelle con gotas de rocío,
la primera palabra de lázaro levantado de entre los muertos,
una cabeza de tagua enterrada en una playa repleta de monedas,
un minotauro ciego, un puñal bajo la nieve en el pomo redondo
de una puerta: te envío estas imágenes en un trineo tirado
por renos blanquísimos o con el cuervo que enviara Noé
a buscar tierra, te las envío para que decores tus finísimas
porcelanas, hijas de alguna dinastía.
OTOÑO
Visto desde un sueño antiguo, visto desde las barajas del tarot,
visto desde las líneas de la mano del bufón del rey Lear
o desde la lente de aquel que dialoga con los astros,
el mundo es una esfera mordida por una mujer
y por dentro es un triángulo de fuego atravesado por un ojo
invisible, un cíclope instruido que vigila cada verso que se escribe
en el planeta.
Llega la noche con sus halcones negros, llega la ola negra henchida
de augurios, llega el tren marino con sus vagones atestados
de fábulas y acertijos,
revienta el otoño con su cielo lleno de rojos papiros
y deja su mancha enardecida en un cuadro de Jackson Pollock.
entreveo bajo el paisaje difuminado sus torres incendiadas
y las mínimas claridades manchadas de rojo arrumadas en un establo.
También llegan los primeros versos trayendo una raza escondida,
una babel de viajeros, mendigos y traficantes de sombras
que hace años intentan venderle una metáfora al infinito.
GUACAMAYAL
Siempre pienso en la poesía ferroviaria que recorre tus paisajes,
en la nube sin lluvias que recoge las sombras de tus trenes,
hierro y madera atravesando la memoria de un cuadro,
o de una novela épica con personajes que no mueren nunca.
Pienso en los rieles como las líneas exactas de un cuaderno,
pienso en el pétreo bosque donde me perdí buscando una
una herradura.
En la luz imaginaria que me ampara de la sombra se esconde un río,
también se esconde un sueño hecho por fogoneros y guardagujas.
¿Dónde quedará el cementerio de los viejos trenes? ¿En que paraíso
perdido se abrirá su estrundoso libro de epitafios?
Sigo viajando por tus orillas como un duende o un fantasma,
atisbo tu única calle que recorren los caballos y un cielo
que arde como incienso en las pupilas.
No puedo imaginar las fronteras de tu mapa hecho de junglas,
los días cerrados por un bosque o por las manos de una niebla
donde ardió la infancia, donde se escribieron los signos
de un trópco envenanado de mitos y de bronces.
Recuerdo al centinela nocturo, al loco que contaba los peldaños
de los rieles y al espantapájaros de los zarzales luminosos.
Me escondí en aquellos días como si huyera de alguna guerra
o de alguna plaga, perdiéndome por callejones y graneros,
huyendo sigiloso por los oxidados raíles, bajo el humo,
el trémulo pitido y el fogonazo.
La hija del campesino tenía los ojos llenos de pasadozos secretos.
Cada vez que se ella acercaba yo sentía el embrujado susurro
de una playa esóterica, sentía el acento de las aguas.
¿Florecían negras las estrellas o eran sus ojos de azabache rielando
en la espesura?
Éramos niños y trazamos entre los árboles un círculo de ceniza.
Creo que provocamos la ira de la noche.
Nuncá olvidaré la música que brotaba gélida de las bodegas
abandonadas del ferrocarril
y el hechizo de aquella anciana de ojos verdes.
EL POETA
No surgirá un tesoro de los abismos donde arrojaste tu palabra.
No abrirá las puertas la niña que perdiste en un verso alejandrino.
Pero sé que vendrán a buscarte después del gran incendio del mundo.
Y entregarás tu máscara y tu lanza, pero también las geométricas
ciudades que llevas en los recuerdos, las diademas, los dibujos
y las alforjas cargadas de metáforas antiguas.
Ya no tendrás un mar por escudo, ni te alcanzarán las monedas
de oro para comprar un día entero en los bosques embrujados
donde crecee el ciprés de Montezuma.
Morirás en la pagina en blanco como los verbos y las sílabas
y vendrán los preregrinos desde los confines remotos
a dejar los acertijos sobre tu tumba.
PINTURA AL ÓLEO CON NOCHE GRIEGA
En la gótica penumbra de tu memoria se encienden
las hogueras, los faros que orientan barcos de papel,
corren detrás de los sabuesos las linternas de los bosques.
Traes una música guardada hace siglos en un cofre
de oro, traes un relámpago escondido en el cuarzo
de tus anillos.
Hoy llega otra noche con muchas monedas
para comprar el alba, llega con cántaros llenos de verbos
y de estrellas, llega con las máscaras del abismo,
también alimenta a sus lobos y a sus chacales
y afila sus cuchillos en las aldabas de los portones
barrocos de las iglesias.
La noche deja caer sus arcas, sus escudos
y sus lanzas en el río de Heraclito el oscuro.
Amanece en las rojas pupilas del sonámbulo,
amanece en el friso enmarañado que corona la tumba
del grumete en su marmorea atlántica.
Hay un sueño detenido junto al ciprés de los ahorcados,
hay un azul vertiginoso hilando alfabetos y presagios
con su rueca en una de las huardillas del invierno.
Están llorando los perros de bronce en las murallas,
están sollozando las gárgolas solemnes en el hechizado
fortín donde todavía duerme Orestes y su asesino.
Es marzo y nace otra vez el hombre que ha de escribir
la historia de la lluvia, la sed de unos hexametros
donde un bosque tenebroso ofrece posada al caminante,
donde un azaroso invierno ofrece su tumba
de escarcha a los guerreros.
VIRGILIO
Busco en los escombros de la leyenda el fulgor
de tus anillos, el verso en llamas, la música ahogada
por el mármol de los siglos.
Escudriño en las ruinas de un poema por si algún
ajado símbolo
pudiera entregarme tu sudario
y la insoportable imagen de las abejas
tatuadas en tu piel
fosforeciendo en la larga noche de Brindisi.
Los pasos de la lluvia en la baldosa resuenan
como monedas. El lingote de un sueño pesa mucho
en la mano del gigante que lo sostiene.
Tu biografía es la historia de un diluvio
que se ha ido contando en las cantinas
y en las fondas de una selva oscura.
Encuentro en los diarios de Eneas las grandes metáforas
de Roma, los días enterrados en recintos sagrados
antes que la vigilia de una loba se convietiera
en sílaba y en una horda de guerreros.
Nadie escuchó las flautas que preogonaron tu muerte
pero sé que algunos aún recitan la plegaria.
Rescataré del limbo tu memoria sepultada por tantos
siglos de nieve, la canción jamas interrumpida
entre dos oceanos.
En algún lugar del Purgatorio, Dante te abandona
a orillas de un río que no puedes trasponer
porque las fechas de Cristo te lo impiden
y te vuelves un hombre viejo y canoso como la historia.
Dejo atrás los reinos y las coronas para adentrarme
en el bosque, dejo la riqueza heredada y las grandes
ciudades, dejo a una mujer hermosa con el mar en su ventana
y me voy tras tu música latina, tras el verso irrepetible.
GEOMETRÍA
Sueño que ya soy el verso, la metáfora destinada a vivir
en un viaje perpetuo hacia el poema, hacia la lumbre.
Sueño que soy el marfil pulido por el martilleo de la luna,
tengo un rostro que veneran las aves
y las lluvias de marzo,
también tengo un fuego antiguo en mis pupilas.
Soy un verso domado en los labios de tus docellas.
Vengo de una metáfora de la piedra y voy hacia otra metáfora
más antigua, arcilla de otra tierra, esculpida en los rituales
de una selva milagrosa y en callejones de sinuosos laberintos.
Mi país es la geometría y tengo como escudo un brillo
entre mis manos.
EL CÍRCULO BAJO EL CIPRÉS DE MONTEZUMA
Tanto tiempo esperando el invierno y por fin llegó el gris con sus lobos,
después deletreamos las gotas de lluvia como si hubiera un libro en el cielo.
Estoy envenenado por las metáforas de un poeta desterrado
de su propia lengua. No sé si junto al abismo
alguna palabra suya pueda salvarme.
Llegó el invierno iluminando la baldoza y el epitafio, tarareando
la vieja canción de los ausentes, dejando caer sus cántaros
contra las ruinas, brillando la vieja
campana del monje lapidado en su torre.
Quien realmente conoce la verdadera geografía del sueño
no es el que sueña, ni el poeta que se saluda con Virgilio
en una esquina del infierno,
es una niña de la tribu que escribe lo que le dicta un oráculo
invisible bajo el árbol de Montezuma.
Identica a la palabra del evangelio, mi palabra abrirá
la puerta por donde habrás de cruzar hacia el país de los espejos.
Con una mano escribo la biografía del invierno soterrado
que llegó a mi guarida con un verso de Dante
y con la otra sostengo la navaja vengarme de mis enemigos.
¿Quién creerá que vivo en un abismo y que soy además el hijo
ilegítimo de un verbo que corrige los días y las noches de estos confines
donde duermo, donde soy pastor pagano, soy centinela
y soy un asesino?
El círculu baxo’l ciprés de Montezuma (n’asturianu )
Tantu tiempu esperando l’iviernu y por fin llegó’l gris colos sos llobos,
dempués solletriamos les gotes d’agua como si hubiera un llibru nel cielu.
Toi envelenáu poles metáfores d’un poeta desterráu de la so
propia llingua. Nun sé si xunto al abismu
dalguna pallabra suya pueda salvame..
Llegó l’iviernu allumando la baldosa y l’epitafiu, tarariando
el vieyu cantar de los ausentes, dexando cayer los sos cántaros
contra les ruines, brillando la vieya
campana del monxu apedriáu na so torre.
Quien realmente conoz la verdadera xeografía del suañu nun
ye’l que suaña, nin el poeta que se saluda con Virgilio
n’una esquina del infiernu, ye una neña de la tribu qu’escribe lo que-y dicta un oráculu
invisible baxo l’árbol de Montezuma.
Idéntica a la pallabra del evanxeliu, la mio pallabra abrirá
la puerta per onde vas tener de cruciar p’hacia’l país de los espeyos.
Con una mano escribo la biografía del iviernu soterráu
que llegó a la mio guarida con un versu de Dante
y cola otra sostengo la navaya pa vengame de los mios enemigos.
¿Quién va creyer que vivu nun abismu y que soi amás el fíu
illexítimu d’un verbu que corrixe los díes y les nueches d’estes llendes
onde duermo, onde soi pastor paganu, soi centinela y
soi un asesín?