Francisco Raposo nace en El Puerto de Santa María (Cádiz, 1992). Es graduado en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Publicó en 2016 el poemario Grietas Vitales con la editorial Ediciones en Huida. Su primera incursión en la narrativa fue con Lía, una novela de terror con toques de alegoría. Actualmente está inmerso en la creación de su segunda novela, A la sombra del alma. Ha participado en varios números de la revista literaria Voladas y en la revista cultural El Àtico de los Gatos como editor. Pertenece al grupo poético madrileño Los Bardos con los que ha publicado De viva voz una antología que agrupa a todos sus miembros. Se le puede encontrar como @FranciscoRposo en Twitter, como @Franth en Instagram y en su página de Facebook htps://www.facebook.com/franciscoraposop/.
Los remos no alcanzan el puerto
El engaño del tacto.
La piel, tan cerca
que la percepción es solo aire,
nunca tocamos nada.
La madera del puerto se aleja,
las olas nunca llegan.
Los remos no alcanzan el puerto
y un barco arrolla la noche
y el agua entra, y el frío, y el hielo y la muerte.
El silencio habla.
Ya no hay remos. Ante el puerto
solo aire.
Domingo
Se ahogan las flores
bajo la lluvia.
Yo canto, ellas mueren.
Mueren.
Y mis lágrimas
se disfrazan de lluvia.
Verano
Eres parte de la marea,
andarás por las nubes
y nos lloverás a todos quizás,
serías como una llovizna suave
saltando en el tiempo
como un crío de sonrisa burlona.
Espérame, y hazlo en ese verano
efímero, donde corrías
en la mirada de dos niños
desbordados de admiración.
Sin alas
Son los renglones rectos, la mirada vacía,
el río surcado con hielo en los pulmones
-algo parecido a volar sin alas-
y el miedo, de nuevo el miedo.
Las ramas clavan en la tierra
en un sueño de raíces.
Ocultar los ojos con pulgares de luna.
Ya no existes.
La vida es como abrazar la sombra propia
y sentir el calor del eco que te devuelve.
Es rezar sabiendo que nadie escucha,
soñar azules cuando solo hay negros
y el miedo, de nuevo el miedo.
El brazo del tocadiscos
El hilo en ocasiones tambalea.
Un vacío que agranda, sobreviene sin aviso.
Un remolino de viento pasa por mi ventana.
y de fondo las hojas
en una carcajada conjunta.
El mismo acorde que prestan oídos los borrachos
cuando adentrados en un sueño de vidrio
abrazan los colores que danzan ante sus ojos.
En ocasiones hay un vacío que agranda
como las vueltas a la mañana siguiente del tocadiscos.
El silencio atronador abre los ojos
y entre sus alas negras el llanto
y en la ventana, el viento entra,
se lleva los restos que yacen sobre la cama.
Hay días en que la vida vale muy poco,
que la quietud duele en el vientre,
que la cerilla se apaga sin prender nada,
que todo sigue girando con la aguja arañando el día
y el brazo arrastra sobre mi pecho
pero no hay surcos que pueda leer
y de nuevo
el silencio.