
Santa Rabia Magazine presenta una selección de poemas del poeta español Joaquín Campos (Málaga, 1974), quien desde 2006 reside fuera de España. Desde entonces ha vivido seis años en China, después cuatro en Camboya y desde 2017 lo hace en África, aunque no en su continente: concretamente en el archipiélago de Cabo Verde. Hasta la fecha ha visto publicadas nueve obras, cuatro de ellas poemarios. La editorial Renacimiento publicó su primer libro de poemas, Cartas a Thompson (Island), allá por 2015. En 2017, Canalla Ediciones editó Maëlys y todas las mujeres. De vuelta a Renacimiento, su tercer y cuarto poemario: Catres, en 2018, y el recientísimo Poeta en Pekín, que vio la luz el pasado mes de mayo. Y en tan sólo unos meses, este mismo 2020 Demasiado humano se convertirá en su quinto libro en verso, convirtiéndose en un rara avis del mundo de la poesía ya que verá publicadas, en año de pandemia, dos obras. En prosa sus libros editados son: Faltan moscas para tanta mierda (Renacimiento, 2014), Doble Ictus (Renacimiento, 2015), La verdad sobre el caso Segarra (Los libros de FronteraD, 2016), Veinte brotes (Renacimiento, 2017) y Últimas esperanzas (Renacimiento, 2019). Una característica única de Joaquín Campos es que cada vez que ve publicado uno de sus trabajos acompaña estos con giras tan meteóricas como deficitarias. Ha presentado sus libros en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Málaga o Granada, entre otras ciudades de la geografía española, pero también ha declamado poemas y charlado con el público asistente en presentaciones en Berlín, Bangkok y Pekín. La Universidad Católica de Pereira y la Universidad de Manizales cursaron una invitación para que disertara y contara su vida y milagros en su primera experiencia colombiana. El COLEF hizo lo mismo y permitió que sus centros de Nuevo Laredo, Tamaulipas, y Tijuana en la Baja California, contaran con su presencia. Rosarito, porque le quedaba cerca, le prestó su Centro Estatal de las Artes (CEART) para aumentar su ego. Considera una suerte que centros culturales y universidades lo inviten ya que Joaquín Campos no tiene estudios formales. Nueva York, donde una mecenas le permite creerse neoyorquino, es residencia habitual desde 2016 por temporadas de tres meses (lo que le permite la entrada como turista), donde aprovecha para escribir nuevos proyectos y visitar museos. El festival de Literatura La noche de los libros: Málaga 451 ha sido la guinda del pastel de invitaciones a festivales literarios. Todavía sueña con un proyecto mutilado que tras Pekín le iba a llevar a Kabul y Fukushima a escribir La trilogía desde el otro lado: contaminación, guerra y desastres nucleares. En su horizonte definitivo sólo está mudarse a Japón, concretamente a la isla de Hokkaido.
TIANANMÉN
La plaza como un aeropuerto
ya no huele a cadáver
sino a vida muerta.
Un niño sonríe ondeando
la insignia nacional.
Su padre, perjudicado,
echa humo por la boca.
La madre,
emocionada,
tira fotos con el móvil.
Un guardia de escaso rango y edad
anhela el fin de su jornada laboral
erecto como un cable.
Mientras, los conductores azotan el asfalto
en una imagen de película.
Y ante todos ellos Mao,
con su gesto impertérrito,
llenando de humillación
todas las cabezas,
las cámaras de fotos,
los bolsillos de las gentes,
y el recuerdo de unos estudiantes
de los que nunca sabremos ni sus nombres.
LLUVIA QUÍMICA
Sin paraguas,
fui metiendo los pies
en todos los charcos,
cuando
–y a la vez–
bebía de tu cielo.
Y entonces,
y sólo entonces,
la devolución del placer:
quemazones en la piel,
ardor en la garganta,
ojos irritados.
OTOÑO
Árboles podados que prenden de un halo
con las calles anegadas de gente y motos que no suenan
atropellando a un país sin hospitales públicos
mientras escualos europeos del ensueño ajeno
festejan haber leído El libro rojo.
La lluvia, además,
escancia la totalidad de un otoño
que apesta a humedad relativa
mientras patinamos sobre los pasos de cebra
a pique de colapsar las salas de urgencias.
El otoño se expande en forma de borrasca.
Los árboles podados nos amputan las miradas.
Y una señora desahuciada dice hacer pajas por diez euros.
El sueño americano sabe a semen y lluvia impertinente.
Otoño en Shanghái.
CHOPO CAMINO DEL INVIERNO
Tus hojas no caen,
sino que como las aspas
de los molinillos de mi infancia,
se ajetrean ante una rama erecta,
que impertérrita,
acepta tu retahíla de vaivenes
que a mí me sacian los ojos
como a la de quince un beso.
Un chopo camino del invierno
es la esperanza de la vista;
el goteo de ilusiones;
ese barco que zarpa
sin más destino que su cielo
que le mira abotargado
de la rabia de unas ramas
tan cerca de ese baile,
donde los molinillos hacen música,
el tronco pisa fuerte,
y la gente no pone la atención suficiente
ante un milagro no cotidiano.
NIEVA CÁNCER; LOS NIÑOS JUEGAN
A José Watanabe (in memoriam)
Una de la madrugada…
Pekín recibe una importante nevada.
El asunto es que durante semanas
no había cielo sino masa gris contaminante.
¿Qué habrá nevado entonces?
Ocho de la mañana…
Los niños hacen bolas de nieve
mientras sus madres les tiran fotos
y sus abuelas vigilan que estén bien abrigados.
Se combate el frío pero nunca la enfermedad.
Once de la mañana…
El cielo vuelve a estar como de costumbre.
A un niño le faltan dos dedos de una mano.
Su abuela le mira amarillenta.
La madre liga a través de las redes sociales.
El padre debe estar follándose a su secretaria.
Tras la primera nevada del año en Pekín
todo sigue en su sitio.
Y yo, aprovecho para narrarlo.
NI FETO
“El embrión, en las
dos últimas semanas,
apenas ha crecido”,
comentó el ginecólogo,
mientras nos enseñaba
las maneras de sacarlo
del útero, agarrado a él
tras aquel chorrazo de semen
del que brotó un milagro
que no ha llegado ni a feto.
Nunca sabré tu cara;
ni siquiera tu sexo.
Si te olerían los pies
o follarías a pelo.
Nueve semanas y pico
generando ilusión,
entre parias como yo,
que nunca quisieron ser padres
aunque ya te eche de menos.
Te imagino ahí dentro:
Muerto.
Congelado entre la vida ajena,
como la de tu madre que se agarra
a su hija, mientras yo,
me desangro por este bolígrafo.
Mi llanto no te valdría de nada,
aún sin cerebro ni planes
incrustado a un útero
convertido en tu ataúd.
Camino por las calles llenas de tipos
que un día fueron embriones
además de fetos.
¿Habrías estudiado?
¿Amado a Nietzsche?
¿O admirado a todas las nubes del mundo?
Hace tres días, en Córdoba,
soñé que te llamarías Cid;
jugando con el destino
cuando ya debías estar muerto
o camino de.
¿Se despide un embrión de la vida?
¿Acaso no te escuchó ni tu madre?
Porque yo, por mucho que puse la oreja
y besé su vientre, en sí tu casa,
sólo inventaba conversaciones,
pataditas y demás idioteces.
Entraste a través de mi esperma,
y saldrás ensangrentado
a través del coño de tu madre,
cuando seis meses más tarde
habrías sido jaleado,
mientras hoy, navegas congelado
esperando el cauce de una menstruación
que te arrastre hasta la taza
de un váter cualquiera.
El dolor es menos intenso
sin una cara.
Pero mi pena
alarga este poema,
primero y último
a la memoria
de un embrión
que no llegó ni a feto.
Me despido ya, Cid,
digo embrión,
digo poca cosa,
digo ilusión.
Tu madre agarra a su hija.
Yo, me miro la polla,
con la que disparé este ensueño
que sólo ha valido
para este triste poema.
Al menos no mediará una lápida
entre tu forma y mi llanto;
entre tus nueve semanas
y la necrológica del ginecólogo.
Habría dado, para que lo sepas,
de todo lo que dispongo
por enseñarte a leer.
Con eso me habría bastado.