JUANA M. RAMOS (Santa Ana, El Salvador). Profesora de español y literatura en York College, Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Ha participado en conferencias, coloquios y festivales de poesía tanto en Latinoamérica como en España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí, Palabras al borde de mis labios, En la batalla, Ruta 51C, Sobre luciérnagas, Sin ambages/To the Point , Clementina (versión en español) y el libro de relatos Aquí no hay gatos. Es coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992). Además, sus poemas y relatos han aparecido publicados en antologías, revistas literarias impresas y digitales en Latinoamérica, EE.UU. y España, y han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. En 2020 dio inicio a una intensa labor cultural a través de EntreTmas, un espacio digital donde entrevista y promociona a escritoras latinoamericanas y españolas que residen en Estados Unidos, Latinoamérica y España.
Pulaski Bridge
Me seduce la verticalidad
de Northern Boulevard
que me ofrece sus aceras
su paisaje urbano
perenne.
Mi paso diestro
alcanza el ritmo deseado
me empuja a otro paisaje
desolado en el que hombres
dispuestos con cascos y cemento
levantan hogares ajenos
con vista al río y la ciudad
que se alza inasequible
a la distancia.
La hora del almuerzo,
los hombres comen sentados
en botes de pintura vacíos,
de apéndice un cigarrillo.
De golpe, me invaden las nanas,
la cebolla,el poeta pastor.
Camino sin mirar atrás,
cabizbaja, calculando tiempos
y distancias que no acaban.
Levanto la mirada,
el Pulaski Bridge,
el puente más desamparado de todos.
Sobre él,
me detengo a mitad de camino,
me asomo a una baranda
apesadumbrada
y anémica que invita
a irrespetarla.
Observo el agua tranquila,
calculo su profundidad.
En la espalda la mochila
llena de miedos y de papeles
y de ropa y unas botas
a las que la sal
de tantos inviernos
ha empezado a derruir.
Es como cargar piedras,
pienso.
El Pulaski y la mochila,
ambos de mi parte.
Vuelvo a calcular
profundidades
y el peso y el salto
y me voy por la tangente.
Me armo de cobardía,
desisto.
Acabo por cruzarlo.
McGuinnes Blvd me recibe,
me señala la ruta a casa.
En otra ocasión será,
me digo,
en otra ocasión
habrá sido.
Fin de ciclo
Hoy se cierra la casa, es noviembre,
el cielo ahora abierto corta de tajo
el gris que permanece después de la tormenta.
En la habitación
ya no se cuece el amor
(al menos este del que hablo). La tarde nos ha precedido con sus cenizas y sus dudas,
se ha convertido
en mansedumbre.
Hoy se cierra la casa, desde lejos, los ciervos
nos observan.
Onírica V
(Cinco velas)
Abuela enciende cinco velas. Arden en el encimero de la cocina. Es Día de Muertos. Nuestros muertos y los que no lo son. Hay una angustia en mí que reconozco al detenerme en el umbral de una habitación que conserva afiches de obsesiones pasadas. Hay un olor a formalina. Sobre la cama en la que abuela cerrará los ojos para siempre, se tiende un cordel que llega al baño, el que le servirá de Lazarillo cuando haya olvidado que un día ardieron velas para los muertos que ahora la esperan.
Excelente. Felicitaciones.