Luis Rodríguez Romero, nació en Costa Rica en el año 1979. Labora para el Ministerio de Educación Pública y forma parte del equipo de gestión cultural de Turrialba Literaria. En el 2020 participó del Festival Internacional de la Poesía de Costa Rica, y en el 2021 en el FIP de Manizales de Colombia; es gestor del Festival Presagio de Fuego en honor al natalicio del poeta Jorge Debravo. Poemas de su autoría aparecen en las antologías: Voces del vino (Proyecto Palitachi, Nueva York Poetry Press, 2018); Le Parole Grondanti: Antologia Della Nuova Poesia Centroamericana (Fermenti, 2021) curada por Emilio Coco. En el año 2018 publicó su primer poemario: La voz que duerme entre las piedras (Nueva York Poetry Press).
Tres poemas de «Breve historia del sol» (Santa Rabia Poetry, 2022)
LA ERA DE LAS ESTRELLAS
En el caldo del vacío
el sonido nos puso en movimiento.
Allí estábamos en nuestra totalidad:
los de hoy, aquellos que esperan y los que ya no,
una mezcla incomprensible donde
no faltaba nadie, ni nada.
En comunión creamos la luz,
así, se hizo necesaria una justa
división del título de Dios.
Como cada divisa valía tan poco,
fue de acuerdo común
crear un ahorro compartido de autoridad
al cual nombramos Helios.
Con él, vino la peste
y le pusimos muchos rostros a la soledad.
EL VIAJE DE UN MILLÓN DE AÑOS:
BREVE HISTORIA DEL SOL
Este soy yo, frente al papel,
la tecnología o el público.
Me acompaña una mesa de madera
fiel y sencilla;
una librera grande donde guardo mis tesoros,
ganar un puesto de honor en ella lo garantizan
tan solo unas palabras de amistad.
También la música dibuja fronteras difusas,
una multitud de terratenientes
que caminan en todas direcciones
demandando atención a sus palabras.
Aunque en ocasiones al darles la palestra
no saben qué decir
y es entonces, cuando recuerdo,
que su intransigencia se apaga con una vuelta.
Me rodea una pared de concreto,
es protectora contra las miradas cuando estoy desnudo,
y por las noches, del frío o de quienes
me quieran hacer daño.
Debajo mío, un suelo que sabe recordarme
la imposibilidad de volar.
Sobre mi cabeza, el techo;
recuerdo bien el día de su juramento de servicio,
adversario de la lluvia
y otras amenazas superiores.
Pero todo esto falla, las intenciones se quedan cortas
para este inútil inventario de héroes de obra gris,
ante la determinación de un pequeño fotón
que ha viajado durante un millón de años
desde el maternal seno de una estrella
para sembrar en mí,
una mil millonésima unidad de gramo
de la enfermedad del sol,
esa fiesta evolutiva que nos esperaba a ambos.
CICLO SOLAR
Por la mañana me levanto,
desayuno con mi madre y nos interrogamos
sobre cómo estuvo la noche.
Luego atiendo a los perros
mientras ellos me salvan
del inminente momento
en que termine volviéndome loco;
más tarde pondré algún acetato
mientras me refugio en el trabajo.
La idea es siempre la misma:
soportar el paso invariable de las horas,
ese vacío entre comida y comida
que al final son lo único que importa,
porque nos une y llama a regresar
de nuestros secretos países;
una pantomima donde somos humanos
de un tiempo antiguo
concentrados en la sobrevivencia.