MIGUEL ÁNGEL SANZ CHUNG – HABITACIÓN Elí Urbinaenero 20, 2020enero 20, 2020Poesía peruana, Revista Navegación de entradas PreviousNext Fotografía: Sandra Enciso.Santa Rabia presenta cuatro textos del poeta peruano Miguel Ángel Sanz Chung (Lima, 1979) Miguel Ángel estudió literatura en la UNMSM. Perteneció al grupo de creación y publicación literaria Sociedad Elefante. Ha publicado los poemarios La voz de la manada (2002), Quién las hojas (2007), Paciente 164 (2009), La Casa amarilla / Casa abandonada (2011), Arte rupestre (2013) y Diccionario Elemental (2017). Desde el año 2004 reside en Pamplona, España. IV Una hoja anda tras de ti con disimulo: por las mañanas, aguarda tras la puerta a que salgas con premura rumbo del trabajo; cuando vuelves por la tarde, antes de doblar la esquina, reconoce el sonido de tus pasos entre miles de pasos que regresan; si un día cruzas la calle de forma repentina, ella presiente el final de tu huida antes de que te arrepientas, y si por locura decides llegar de madrugada como el único que vibra en medio de la noche, se regocija con el calor de tus tobillos, que resplandecen a su rostro como antorchas. Una hoja anda tras de ti con disimulo, y tú, sencillamente, lo ignoras: es la hoja de metal que acaricia tu barbilla frente al espejo camino de la tibieza de tu cuello; la misma hoja acerada que corta con tu ayuda las legumbres a unos milímetros de tus dedos; es la hoja de cristal que abres confiado para llenarte de aire los pulmones; aquella hoja de madera que azotas con violencia cuando irrumpes en tu cuarto lleno de ira; es la hoja de papel que reposa por millares repetida en la biblioteca que tanto proteges y visitas; la misma hoja que acunas en tus manos, que cobijas sobre tu seno hasta quedarte dormido en el sofá. La hoja que anda tras de ti cuenta con una paciencia inagotable: sabe que cualquier día emprenderás aquella excursión sin importancia por el bosque; y ella estará ahí, esperándote, junto a millones y millones de hermanas cuando te apetezca dar un paseo entre los árboles. De Quién las Hojas Cisne Ahora que el cuerpo yace inerte tras la salvaje tortura, todos se miran absortos, desnudos y deformes. Cuando tuvieron la oportunidad posaron sus estériles patas sobre el interminable cuello hasta estrangularlo. Enajenados, no dudaron en acabar con el último hilo de aire, que ahora perfora sus oídos como el silbido de una flecha que nunca termina por llegar. Las plumas, que aún flotan sobre sus cabezas, una a una se posan sobre sus cuerpos como ardientes esquirlas. A pesar de ello, no esbozan ni una mueca de arrepentimiento, y el paisaje, apenas si ha sufrido una leve transformación: en un paraje discreto un Cisne negro yace tendido en medio de todos los Cisnes blancos que lo mataron. De La Voz de la Manada HABITACIÓN Todo el cielo que cabe esperar se encuentra rodeándome en estas paredes. Mejor que el espacio ilimitado del universo como una promesa de colores profundos, los pasos contados de esta habitación vestida de colores dispares y objetos hermanados por el tiempo. Fuera, el mundo palpita sin mí: llueve, truena, escampa y los paseantes comparten miradas con sus niños y canes. Dentro, mis palabras no dichas suenan con la nitidez de un oboe en un teatro vacío, y cada pieza de este cuarto me rodea como una orquesta dispuesta a acompañar los caprichos de mi improvisación. Nada que crezca lejos de mi alcance compromete la voluntad de mi espíritu, sea lo que fuere que pise la hierba del parque o el cemento de las calles. Seguramente, el mundo comparte un secreto que yo ignoro. Los míos se cuentan frente al espejo. Cuando me interno este recinto, donde sea que poso la mirada, oigo, con perfecta dicción, cada uno de ellos. De La Casa Amarilla Jinete Cómo detener esta carrera contra el tiempo, dejar de fustigar estos músculos que galopan desde su nacimiento. Cómo detener esta agitación continua, dejar de ser el muslo que se tensa con cada zancada, los cascos que atizan el suelo para tomar un nuevo impulso. Aún me restan energías para atravesar el planeta de lado a lado, para saltar sobre los mares y pasar por encima de montañas y desiertos; pero estoy harto de terminar entre bosques invernales de árboles desnudos o cabalgando sobre los coches en medio de autopistas desbordadas por los atascos. Cómo dejar de ser el sudor constante que discurre por las piernas y el pecho, abandonar una competencia que carece de reglas, bajarse del lomo de uno mismo y caminar como aquel hombre inexistente que controla la razón de sus pasos. Cómo librarse del deseo de alcanzar una meta nunca vislumbrada, construida con unas cuantas imágenes que podrían desvanecerse con un leve soplo. Cómo vencer el terror de detenerse en cualquier parte del camino, dejar de oír los latidos retumbando entre las sienes y volver a construir algo en medio del silencio. De Arte Rupestre Facebook Twitter