PAULA DÍAZ ALTOZANO – À MON SEUL DÉSIR Elí Urbinamarzo 5, 2020marzo 5, 2020Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Presentamos una selección de textos de la joven poeta española Paula Díaz Altozano (Madrid, 1990). Becaria de Doctorado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciada en periodismo y grado profesional de música (piano). Máster en Comunicación Política (UCJC). Becada por el programa Erasmus + prácticas para residir en París y por Acciona para estudiar el máster de la Escuela SUR de Profesiones Artísticas, con sede en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ganadora del primer premio del ‘VIII Certamen Literario de Relato Alonso Zamora Vicente’ (Universidad Nebrija) y finalista del ‘IX Certamen universitario de relato corto Jóvenes Talentos Booket-Austral’. Autora de los poemarios ‘A orillas de París’ (Ediciones En Huida, 2018) y ‘Ríos de carretera’ (Bajamar, 2019), y del capítulo de libro ‘Los murales de Shepard Fairey en París’ (Peter Lang, 2019). SELECCIÓN DE SIETE POEMAS DEL POEMARIO ‘A ORILLAS DE PARÍS’ (EDICIONES EN HUIDA, 2018). ESTA CALLE Esta calle iluminada por soles artificiales debe repetirse en los confines del Universo, porque no es posible, no puedo concebir que esta calle lluviosa en la noche acabe a la vuelta de la esquina. Voces al otro lado de la pared, comercios cerrados, paseantes que van a encontrarse en la bruma a las afueras del péndulo. Y sin embargo, más allá acaba esta calle, allí donde las estrellas explotan en polvo cósmico, nacen otras y todo gira, a través de estallidos de roca y fuego hasta llegar al murmullo de hace millones de años, a los ecos del origen del tiempo y de esta calle. LOS AMANTES Allá donde el río se evapora las estrellas espejean. Policromo; corre agua negra y al pasar bajo el rosetón se bifurca en dos brazos. Bruma. Labios mojados en un beso de agua turbia. Viento entre la ropa: desdibuja edificios y sonroja a las estatuas. TIERRA CELESTE Creo en Dios en la Tierra. Una bandada de gaviotas cruza la ventana, desaparece lejos del vino y las conversaciones, y detrás, la Señora canta los ecos del tiempo. Yo creo en la tierra, en la corriente del río que no espera. Son tantas las lápidas, que forman una losa con apenas hierbajos en las juntas. Golpeo con mi puño el suelo y los muros tiemblan. Veo rostros, ojos que miran las costas de África. Las cámaras escupen en negativo, el vapor inunda barcos-restaurante, luces perpetuas de redención. Ahora hay una plaza, dice, allí donde estaba el cementerio pero mantiene el nombre. Las bambalinas del río están cargadas de borrachos, pero al llegar la mañana, las botellas lucen en el contenedor esperando hacerse trizas, sus brillos ciegan la mirada de los que compran pan. Muchos son los que han pasado. Sus huellas, cada línea de su piel, siguen en los vasos de licor. Todo vuelve, todo resurge. Los glaciares tienden sus brazos a la tierra, desean tocar la grava, mancharse el hielo de polvo. Y en el fondo del océano hay perlas que fueron ojos. UN SOPLO El cuervo revolotea sobre patios y tejados azules. Su graznido atraviesa el cristal de la oficina, lo siento como un acorde sobre mi piel. À MON SEUL DÉSIR En este viaje de invierno que recorro una brújula señala al norte en mi pecho. He golpeado las cuerdas en el bosque, he probado los frutos y he ofrecido ¿o me he quedado? la piedra evaporada que mis dedos rozaron, cerca del león que me tiende sus garras, del unicornio que encontré cuando buscaba en las calles. A mi único deseo. Todos los hilos cosidos a mi cuerpo forman un mapa de flores, aves, perros parlantes. Suspendida en este océano sonrío a todas las doncellas que me han superado, a las mujeres que tejieron conjuros en la rueca. No cortéis el hilo. A mi solo deseo. EN LA PROA Asomada a mi balconcito francés siento la marea que hincha la cortina, la sal en mis mejillas, cuando el faro rompe la noche. EL DESHIELO Las casas son hielo derretido, muerte de palomas, rasguños en el alféizar. Las casas son venas, cañones ante los que el jinete se arrodilla. Las casas son cangrejos imaginados, la voz del niño que patalea, notas azules de un piano. La casa. La casa saca cosas de cajones que dan vértigo. Los habitantes dan gracias a las tejas, a los canalones que recorren sus gargantas y los obreros rezan para que el atardecer no queme su vista cansada. Manos arrugadas acarician casas que se desmoronan en susurros, pelusas de perro, nebulosas. ¿Dónde está el mar? Muchos lo buscan guiados por bocinas y maullidos de gaviota pero solo encuentran monedas, moluscos secos. Las paredes se desprenden y el agua helada despierta a quienes aún no se atreven a beber el río. Facebook Twitter