Santiago Grijalva | Por donde transita el agua

Santiago Grijalva (Ibarra-Ecuador, 1992) Psicólogo Social Comunitario, poeta y editor. Publicó los poemarios; La revolución de tus cuerpos (2015), Arreglos para la historia (2017), Los desperdicios del polvo (2018) Cerrar una ciudad (New York Poetry Press, 2019), Propositti della belleza (Propósitos de la belleza; Raffaelli Editore, 2020); Nos dolerá siempre que sea necesario (Bolivia, 2022). Consta en la Antología de Poesía Española Contemporánea “Y lo demás es Silencio Vol. II” (Chiado Editorial; Madrid, 2016), Seis poetas ecuatorianos (Editorial Caletita; México 2018); está incluido en la selección de poetas ecuatorianos «Voices form the center of the world» realizada y traducida por la poeta Margaret Randall. Sus poemas han sido publicados Revista Aérea Hispano Americana de Poesía (Santiago de Chile; 2018) Utopía (Edición N°93; 2016) Cuando E. P. Thompson se hizo poeta: revista de poesía política (N°4; 2017); Caravansary Revista Internacional de poesía (Colombia; 2019); Letras del Ecuador (N°211; 2020), Además, en varias revistas digitales en Iberoamérica. Participó como invitado en Festivales nacionales e internacionales. Participó como invitado en el Festival Internacional de poetas Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2016) Las líneas de su mano (Bogotá,2018), Jauría de palabras (Bolivia, 2019). Actualmente es subdirector del Encuentro de poetas en Ecuador “Poesía en Paralelo Cero”.

 

Fotografía: Micaela Cáceres.

 

 

EL OJO DE DIOS

 

Contemplaba inmutable el arca construida después de mi llanto

con desdén encendía el mundo para conocer

cómo sangran las sienes de los becerros.

 

Me complace la niebla en el verano

las grandes caminatas sin propósito de los elefantes,

acaricio la demencia de las hienas en invierno

desperdigo papeles para ser el ojo de cualquiera:

El ojo derecho del suicida que le es imposible

subir a un puente sin pensar en la caída,

medir con perfección el viento

y la agazapada figura en el concreto.

El ojo del niño después de haber recibido el primer pan

para calmar el hambre nocturna de las aceras.

El ojo del padre que contempla a su hijo ciego

cuando pregunta

¿Cómo se ve la lluvia por detrás de los faroles?

 

Hay ocasiones en que puedo ser más que materia

la cabeza de una aguja sin un camelo que atraviese.

El espacio de luz entre un sol y la lluvia.

 

Pero hay miseria de la que nadie se sorprende

y Dios prefiere jugar a ser tuerto.

 

He visto llorar a Dios

soy su lágrima.

 

(Nos dolerá siempre que sea necesario, 2022)

 

 

 

EL ÚLTIMO PEDAZO DE PAN SOBRE LA MESA

 

Ves, me decía mi padre, mientras espantaba a los ratones

y con un gotero daba medicina a mi hermano,

aquella fiebre fue injusta con los ángeles

no hay que dejar a la suerte las tormentas,

no hay que bajar la espalda al látigo del tiempo y la espera

es mejor echar cerrojo a la puerta y disparar por las ventanas

como cuando la enfermedad ataca a las manos primero.

 

Es por eso que siempre fui cortando tulipanes a destiempo,

me fui por la amapola restregada en el suelo

solo por ver como la belleza también tiene colores en su derrota.

 

Mi padre presiona el agujero, la raspadura herrumbrosa

que dejó sin propósito a las hormigas que se despiden en los equipajes,

se van acortando los ritmos, los maderos de este barco

apilando los horizontes en los costados del cristo triste donde me reflejo,

es tiempo de reconocer las carcomas,

las heridas sin cicatrizar en el vientre,

es tiempo de dejar a tu hijo tendido

para recargar la libertad con el sonido de un gotero en la boca de los sobresaltos,

es momento de romperse en el mundo, la mitad equivoca de la fortuna,

yo andaré por aquí, rondando el llanto de mi padre,

disparando piedras a los dioses

a ver si en algún momento cae un pájaro

y me presta sus alas para

empezar a alzar vuelo y

reconocerme en los vientos.

 

(Nos dolerá siempre que sea necesario, 2022)

 

 

La última luciérnaga de marzo

 

Me gusta haber amado el silencio de las cortezas en el confinamiento

haber desmenuzado mi tiempo en tajos previamente advertidos a la comodidad.

Por la ventana no resuenan gritos acumulados de periódicos,

bocinas, denarios vendidos por antiguas monjas de claustro,

no hay pisotones, corridas de autobús, cabeceos cristianos en la avenida.

Por mi ventana

un hombre triste camina envuelto en un manto blanco,

despedaza el cansancio con la conmiseración patria de los aún con vida.

Desciende la mañana, arrastra en su paso insomne la vista lejana de su hijo en casa,

acumula los arrumacos cantados por las noches a ver si algún mirlo decide replicarlos

en los oídos noctámbulos del infante.

Me asomo con vergüenza para esbozarle una sonrisa,

para convencerme y vanagloriarme de victorias leves e inocentes;

de haber hecho aquella llamada,

de haber encontrado el pretexto para rezongar a la gente en los noticieros,

de apropiarse de criterios estrictos y ajenos,

de haber sentido lástima por la gente sin techo en el encierro.

Tal vez el arrepentimiento me cueste medio minuto al día

y así pueda tacharme de bueno.

Pero allá afuera, donde el mundo gira,

donde las camas se atiborran de recuerdos,

donde las fotografías familiares se recortan,

donde la nostalgia se parte en migas para toda la mesa,

es el sitio donde se escriben las verdaderas historias;

madres que no despiden a sus hijos,

hijos que despiden, cándidos, la caldera del recuerdo,

gente que recalienta la panela para que dure más que el hambre,

hambre que se come todos los restos en la espera,

esperas que se sobrellevan con rabia.

 

De qué me sirve todo el arrepentimiento

impregnado en esta piel irreverente.

 

Suenan las primeras noticias de la mañana.

Estoy seguro, no olvidaré la sonrisa

de aquel que desciende con su manto blanco por la calle y

tristemente me saluda.

 

(Inédito)

 

 

Por donde transita el agua

 

Después de cerrar el telón

después de correr las persianas

a la ciudad.

Qué pasará con el caramelero que me endulzó el mediodía,

con la viuda que me ayudó a cruzar de acera,

con el paracaidista que no soportó el viento,

con aquel niño que corría tras la bicicleta de su hermano,

qué con los carteles que nadie lee,

con los cigarros a medio fumar de las personas,

qué con los zapatos del anciano

que olvida el mundo en la suela sucia del tiempo,

qué con la melodía replicada en el oído sordo de mi espera,

qué sucede con los rostros cuando cierro los ojos.

 

(Inédito)

 

 

AUSENCIAS

 

Las sillas,

los libros,

el recuerdo,

la canción,

las mesas servidas

y los ancestros.

 

Mi ausencia,

la soledad.

 

Tu cuerpo.

 

(Cerrar una ciudad, 2019)

 

 

 

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