SOBRE “PLAZA MAYOR” DE BRAULIO MUÑOZ




Braulio Muñoz (Chimbote, 1946) partió a Estados Unidos cuando tenía 22 años. Estudió Física y Filosofía en la Universidad de Rhode Island y se doctoró luego en Sociología por la universidad de Pennsylvania. Ha publicado las novelas Alejandro y los pescadores de Tancay (2007), Los apuntes de Alejandro (2009) y El Misha (2014).

Entre sus libros de divulgación literaria académica se cuentan Sans of the Wind, Tensions in Social Theory: a Prelogomena for a Future Moral Sociology y El Hablador: Mario Vargas Llosa entre civilización y barbarie. 


PLAZA MAYOR
 por Fernando Cueto


En el 2035, en Nueva Inglaterra, en una casa rodeada por la nieve, un hombre está viviendo sus últimos días y recuerda pasajes de su última estancia en el Perú, en Chimbote. En realidad, recuerda lo que recordaba en ese entonces, cuando llega a enterrar a su hermano que ha fallecido. De esa manera, la narración se convierte en una suerte de tarea arqueológica, en una batalla desigual contra la tiranía del tiempo. Muerte y tiempo, dos enemigos formidables, misteriosos y, por cierto, invencibles, a los que el narrador se enfrenta en Plaza mayor. Y, para ser más precisos, debemos decir que esa lucha se viene dando desde que Braulio Muñoz, el autor, escribiera Alejandro y los pescadores de Tancay, su primera novela.
“La autoridad del narrador está avalada por la muerte”, llega a decir el personaje que recuerda (llamémosle así porque no tiene nombre) en un tramo de Plaza mayor. Y eso es verdad, porque no hay nada más solemne, más imponente, que la voz, las palabras, de un moribundo, a tal punto que sus deudos harán hasta lo imposible por cumplir su última voluntad. Como es sabido, esa aseveración la hace Walter Benjamin en su ensayo El narrador, y señala que, con el crecimiento de la sociedad burguesa, la construcción de grandes centros urbanos y la aglomeración de las masas humanas, la muerte ha perdido su prestigio, se ha desacralizado. Y sin el misterio, sin la autoridad que impone el ritual de la muerte, la narración, por tanto, se ha devaluado. Sin embargo, Braulio Muñoz se resiste a aceptar esa idea, y en sus obras, en su narración, sigue confiando en la inveterada autoridad de la muerte.
Pero no es fácil escribir historias de esa manera. El autor se enfrenta a muchas exigencias, y la primera de ellas, o la más problemática, es la organización, es decir la arquitectura del relato. No me quiero ni imaginar las dificultades que tiene Braulio Muñoz a la hora de empezar a escribir, frente al papel en blanco, cuando tiene que dar fluidez y credibilidad, autoridad, a una historia donde el personaje principal está muerto (Alejandro y los pescadores de Tancay) o está ausente en toda la novela y aparece solo al final para morir (El Misha) o se está despidiendo del mundo, recogiendo sus pasos con la memoria (Plaza Mayor). Sin embargo, hay que reconocerlo, en todas esas novelas Braulio ha sabido encontrar la solución, dar con la organización debida. Ya sea desde la perspectiva de un velorio, donde todos los asistentes narran la vida del muerto; o de la de un hijo que reconstruye la historia de su familia mientras espera la llegada su padre; o la de un anciano que se muere en medio del hielo y recuerda cuando, sentado en la plaza de Nuevo Chimbote, veía pasar el pasado, el presente, y el futuro.
Reconstrucción del pasado, arqueología, organización del relato, arquitectura, un incesante batallar con el tiempo y la sempiterna sombra de la muerte, elementos con los que Braulio Muñoz elabora sus novelas, obras que guardan estrecha relación con las de Miguel Delibes (El Hereje), de Margarita Yourcenar (Memorias de Adriano), de Henryk Sienkiewicz (Quo vadis). Y, no obstante, Plaza mayor es un libro novedoso, pues, aparte de lo antes señalado, su autor nos trae una nostálgica y traviesa corriente lírica y los demonios y autores fetiches que gobiernan su narrativa. Cada capítulo, cada tramo de la narración, está redondeado de un poema. Y a la vuelta de una esquina, en el momento menos esperado, sale al paso Walter Benjamin, George Lucaks, Marcel Proust, Jean Paul Sartre, Martin Heidegger o madame Beauvoir. Poesía, filosofía, metafísica, metaliteratura, voces del pasado, recuerdos del futuro, reflexiones, grandes preguntas celestes, parte del ofertorio que nos trae Braulio Muñoz en este nuevo libro, ahora que ha decidido abrir la compuerta de sus dones.

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