ÚRSULA ALONSO – SOY UNA CASA ABIERTA Elí Urbinafebrero 17, 2021febrero 17, 2021Poesía panhispánica, Revista Navegación de entradas PreviousNext Úrsula Alonso nació en Gualeguay, Entre Ríos. Es escritora y profesora de Lengua y Literatura. Trabajó en escuelas de nivel secundario y en el Profesorado de Lengua y Literatura de su ciudad, en la cátedra de Crítica literaria. Ha participado en numerosas antologías poéticas y narrativas. En el año 2018 ganó el premio Juan José Manauta con su poemario “El reino de las agujas”, editado en 2019 por Caleta Olivia y el sello Rangún. Actualmente codirige el proyecto “Textos virales”, que pretende difundir la obra de autores entrerrianos -como Juan L. Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi- desde las redes sociales y se encuentra culminando su investigación para obtener el grado de licenciada en Letras. Reside en Capital Federal y continúa sus estudios académicos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Continuidad Yo haré con vestigios del sol un puñado de flores amarillas para salvarnos del tiempo. Casa abierta No tengo rejas ni portales. Soy una casa abierta que recibe la inundación y el verano como si fueran un mismo rostro. Yo me entrego al porvenir de las horas aunque me asuste el invierno desalmado. Yo soy un poco vida, porque he amado, y también muerte porque entiendo de renuncias. Ciclos Del ciclo reiterado nadie escapa. Lo que hoy es entusiasmo, hojas frescas en los bolsillos, mañana se volverá sequía entre las manos. Y los inviernos brotarán sobre el tejado; de fotos viejas se cubrirá la alfombra. Será la gracia de lo vivido más fuerte que la ausencia. Toda la noche los ojos mirando al cielo: quizá la piadosa lluvia moje de nuevo los sembrados. La escondida Cubro con palabras la herida para que la noche no me encuentre. Comienzo Un grito de agujas tercas nos despierta. A paso lento se abren ventanas, se encienden estufas, se prenden hornallas, se desvisten y se visten, se abren puertas, se enfrenta la vorágine de lo rutinario. Afuera hay un mundo que adivinamos igual y allí no espera el vacío de las horas que devoran nuestra certeza. Al llegar nos mostramos puntuales, completamos fórmulas, y cumplimos horario. Somos sostenidos por ese diario consuelo, de volver después a casa con el pan de cada día en las manos, mordiendo su corteza para no llorar. Facebook Twitter