ÚRSULA ALONSO – SOY UNA CASA ABIERTA


Úrsula Alonso nació en Gualeguay, Entre Ríos. Es escritora y profesora de Lengua y Literatura. Trabajó en escuelas de nivel secundario y en el Profesorado de Lengua y Literatura de su ciudad, en la cátedra de Crítica literaria. Ha participado en numerosas antologías poéticas y narrativas. En el año 2018 ganó el premio Juan José Manauta con su poemario “El reino de las agujas”, editado en 2019 por Caleta Olivia y el sello Rangún. Actualmente codirige el proyecto “Textos virales”, que pretende difundir la obra de autores entrerrianos -como Juan L. Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi- desde las redes sociales y se encuentra culminando su investigación para obtener el grado de licenciada en Letras. Reside en Capital Federal y continúa sus estudios académicos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
 
 
Continuidad
 
 
Yo haré con vestigios del sol
un puñado de flores amarillas
para salvarnos del tiempo. 
 
 
Casa abierta
 
 
No tengo rejas
 ni portales.
Soy  una casa abierta
que recibe
 la inundación 
y el verano
como si fueran 
un mismo rostro. 
Yo me entrego 
al porvenir
 de las horas
aunque me asuste el invierno desalmado.
Yo soy un poco vida,
porque he amado,
y también muerte 
porque entiendo
 de renuncias.
 
 
Ciclos
 
 
Del ciclo reiterado
nadie escapa.
Lo que hoy
es entusiasmo,
hojas frescas
en los bolsillos,
mañana
se volverá
sequía
entre las manos.
Y los inviernos
brotarán sobre el tejado;
de fotos viejas
se cubrirá
la alfombra.
Será la gracia
de lo vivido
más fuerte
que la ausencia.
Toda la noche
los ojos
mirando al cielo:
quizá
la piadosa lluvia
moje de nuevo
los sembrados.
 
 
La escondida
 
Cubro
con palabras
la herida
para que la noche
no me encuentre.
 
 
Comienzo
 
Un grito
de agujas tercas
nos despierta.
A paso lento
se abren ventanas,
se encienden estufas,
se prenden hornallas,
se desvisten y se visten,
se abren puertas,
se enfrenta la vorágine
de lo rutinario.
Afuera hay un mundo
que adivinamos igual
y allí no espera
el vacío de las horas
que devoran nuestra certeza.
Al llegar
nos mostramos puntuales,
completamos fórmulas,
y cumplimos horario.
Somos sostenidos
por ese diario consuelo,
de volver
después a casa
con el pan
de cada día
en las manos,
mordiendo su corteza
para no llorar.
 
 
 
 
 
 
 

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