41. Año 9: Manuel A. Crespo Rodríguez | Observa lo que escribes ahora

MANUEL A. CRESPO RODRÍGUEZ (Arecibo, Puerto Rico, 1992) es maestro, sociólogo, artista gráfico, músico y autor. Posee un ba­chillerato en Estudios Iberoamericanos de la Uni­versidad de Puerto Rico en Arecibo (UPRA) y una maestría en Sociología de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras (UPRRP). Ha publicado varias investigaciones, novelas, cuentos y poemarios. Los libros más recientes son En el mundo hay más problemas: Un poemario (2024) y Te estoy velando: Microrrelatos existenciales (2024). Durante el día imparte clases de historia a nivel secundario. Por la noche es el guitarrista de la banda de rock Atomic Waves y declama poemas en los micrófonos abiertos (open mics) del área noroeste de Puerto Rico.

 

 

Correo electrónico: manuel.crespo2@hotmail.com

Linktree: https://linktr.ee/manuelcrespoale

 

 

 

 

En el mundo hay más problemas

 

Si es buscar

mi verdad

primero digo

que no debe

ser falsa,

no es buena

comparsa

si se quiere hablar con

bondad.

 

El sufrimiento

debe ser

compartido

si así es

mejor cumplido

pero mejor

es secreto

si hablado

no sana

en el intento.

 

Aquí

a veces

hay problemas

porque unos

sufren

porque nadie

ve sus poemas.

Pero ese

sufrimiento

es menor,

en el mundo

hay más problemas.

Hay gente

que anda

en eterno luto

que quizás

no sanen

con poemas.

Lo he visto

y no es

justo,

lo pongo

en mi poema.

 

A veces

hay unos que quieren

el abismo.

¿Cómo

lo quieren?

No lo atisbo.

Esto también

lo pongo

en mi poema.

 

Unos,

como yo,

tiene el dolor

crónico.

Algunos se ven

mejor que yo

me quedo

atónito.

Lo pongo

en mi poema.

 

Unos viven

eternamente

en el mañana,

les dices

que se calmen

y no se calman.

Lo pongo

en mi poema.

 

De los del mañana

hay muchos

que se quedan

sin aire

y respiran

con apuro.

Lo pongo

en mi poema.

 

A veces unos

sufren

porque nadie

ve sus poemas.

Pero ese

sufrimiento

es menor,

en el mundo

hay más problemas.

 

 

Observa lo que escribes ahora

 

Observa lo que escribes ahora.

¿Valdrá la pena leerlo mañana,

pasado mañana,

en una semana,

en un mes,

en un año,

en diez años,

en mil años,

en diez mil años,

en cien mil años,

en un millón de años?

 

¡No! Se perderá

como la molécula

de H2O

en el río,

se perderá

la línea

como un neandertal

flechado por otro

(y no por un cupido).

Se perderá

como todo se pierde,

se perderá como las oportunidades

no ganadas

o como los qué-serán,

se perderá

como un santo y su milagro

jamás visto por la iglesia,

se perderá

como un dinosaurio petrolizado

en tu carro

o en tu planta eléctrica…

Se perderá

esta línea

como las anteriores

por otros poetas

que mil veces han sido

repetidas,

pero no importa,

si observas lo que escribes ahora

la línea vive ahora,

ahora es que hace falta

y no en un

millón

de años.

 

 

 

El perro negro del kilómetro 97.4

(versión de micrófono abierto)

 

Estaba guiando

por la carretera #2

y vi un perro negro

durmiendo

en el borde de la carretera.

 

Me pareció curioso

que un perro

pudiera dormir

plácidamente

en tan frenético lugar.

 

“Ojalá yo pudiese descansar así”,

pensé mientras iba al trabajo

deprisa.

 

Dos días después,

mientras pensaba por la mañana

en cómo dar las clases ese día

mientras desayunaba

—guiando rápidamente—

una miserable tostada

de mantequilla con ajo,

vi de nuevo el

perro negro

durmiendo

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar.

 

Esta vez

yo no iba al trabajo

deprisa.

“A este perro lo arrollaron

y todavía no lo ha recogido

el Departamento de Recursos Naturales”.

Se veía

abultado

como piñata.

Estaba

en el kilómetro 97.4.

 

Una semana después

vi de nuevo el

perro negro

muerto

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar.

 

Seguía

en el kilómetro 97.4.

Se veía

desinflado

como llantas sin aire.

 

“Creo que pocos han notado

el pobre

perro negro”.

 

¿Qué sabiduría encierra el

perro negro

muerto

en el kilómetro 97.4

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar?

 

Imagino lo fuerte

y vivaz que pudo ser,

su cuerpo esbelto

y poderoso.

Me llegan flashbacks

de gente muerta

de gente que vi morir

o a punto de morir.

Los vi igual que el

perro negro

muerto

en el kilómetro 97.4

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar.

 

Vi de nuevo tres días después el

perro negro

muerto

en el kilómetro 97.4

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar.

 

¿Qué sabiduría encierra el

perro negro

muerto

en el kilómetro 97.4

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar?

 

Trato de imaginar

si ese pobre animal

tuvo dueño,

si lo cuidó

o si lo amó.

 

Me pongo a pensar

también

en la condición humana

mientras desayuno

una tostada seca

con un sorbo de café

—guiando con calma

porque

ahora despierto

a las 4:30 am—.

 

Mientras esa carcasa

se pudre

yo sigo pensando

en el sentido de la

existencia.

 

Aquella

bestia sin nombre

—yo le puse

como nombre

el perro negro del kilómetro 97.4—

me ha dado

más clases de filosofía

que lo poco que tomé

en la universidad.

 

¿Qué sabiduría encierra el

perro negro

muerto

en el kilómetro 97.4

en el borde de la carretera

en tan frenético lugar?

 

No sé, se me escapa.

Ya van tres semanas

desde que vi

por primera vez

el perro negro del kilómetro 97.4

y lo único que me ha dado es

más preguntas

que respuestas.

 

Me pregunto

si el señor que trabaja en Recursos Naturales

se dignaría

a recoger

la carcasa

del perro negro

momificada

por el inmisericorde Sol

que no han visto

sus propios perros

desde hace dos años.

 

 

 

 

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