MIHAELA MOSCALIUC nació y creció en Rumania. Ha publicado los poemarios Cemetery Ink (2021), Immigrant Model (2015), Father Dirt (2010) y una antología en español titulada Algunos poemas fugitivos (2023). Además, tradujo Clay and Star de Liliana Ursu (2019) y The Hiss of the Viper de Carmelia Leonte (2014). Es la editora de Insane Devotion: On the Writing of Gerald Stern (2016) y coeditora de Border Lines: Poems of Migration (2020). Ha sido galardonada con dos premios Glenna Luschei, en poesía y prosa respectivamente, otorgados por Prairie Schooner. Asimismo, ha recibido becas de residencia del Chateau de Lavigny (Suiza), el Virginia Center for the Creative Arts y la organización MacDowell. Además, ha obtenido dos becas de artista individual del Consejo de Estado de Nueva Jersey en las Artes y una beca Fulbright. Mihaela Moscaliuc dirige el programa de maestría en Inglés en la Universidad de Monmouth (Nueva Jersey), donde imparte clases de escritura creativa y literatura. https://www.mmoscaliuc.com/
La traducción es de FRANCES SIMÁN.
CÓMO PEDIR MI MANO EN LA TUMBA DE MI ABUELA
“Qué desperdicio de espacio”, susurras y el tren rompe
un cementerio del que descansan sus mitades como alas soñolientas
entre dos bosques de pinos, después “qué espanto” mientras vuelan cerca de nuestra ventana
rostros que sonríen en platos de porcelana pegados a las cruces.
Has cruzado el océano para casarte conmigo, así que no puedo decir
Que solo conocía a uno de ellos, pero todos son míos,
estos muertos convertidos en strigoi[1] que no volverán
a sus cuerpos porque la tierra es demasiado ruidosa
y el pueblo los ha traicionado.
Pero debo advertirte —
Llevamos cementerios en nuestras cabezas,
en nuestros vientres, alrededor de nuestros tobillos,
los llevamos al trabajo
y los llevamos a dormir
y cuando hacemos el amor
ellos gimen, ellos se agitan, ellos cantan.
Cuando nuestras columnas comienzan a hundirse, escupimos
y maldecimos y bailamos el dolor.
Cuando te lleve a la tumba de la abuela,
detrás de la fortaleza de Dacia, ella estará armada
con preguntas: cuán fuerte es tu amor, cuán suaves son tus dedos,
y a tus muertos, ¿cómo los consientes?
“Después de juntar tus manos para recoger el alma”,
ella querrá saber, “¿cómo la liberas?”
No le hables de cenizas lanzadas al viento, no le digas
que nunca has derramado vino tinto sobre la tierra
para saciar la sed de tu padre, o que nunca le leíste
el periódico del domingo. No le digas que lo amas
aunque nunca has visto su tumba. Traduciré tu silencio
y extenderé un paño blanco bajo la pérgola de rosas. Ofreceremos
panes de nuez y cotilleos, y ella nos perdonará y bendecirá,
para luego regresarme al otro lado del océano con una alforja llena de fantasmas.
YO COMO CABRA EN UN ÁRBOL
Nueve cabras trepan
al enredado árbol de erguén y lo pastan por completo.
Engullen entera la fruta arrugada,
aunque solamente es la pulpa amarga
la que despierta su apetito por más.
Saciadas, miran al horizonte
hasta que las ramas se debilitan y caen.
Los agricultores cultivan el excremento de las cabras
para extraer la semilla rica en granos de aceite.
No has deseado tú también ser una cabra
yacer aturdida en un árbol de tilo,
indiferente al oro que podrías defecar,
que podría servir tanto al hambre como a la codicia.
Acaso no te ha provocado
equilibrarte un poco más,
masticar algunos olores fugitivos,
olvidar la fosa que es la tierra.
TÚ PREGUNTAS DE DÓNDE VIENEN ESTOS POEMAS
las filas de hambre en mi tierra natal y las madrigueras
secretas, largos abrigos y sombreros rusos
colgados en cuernos de ciervo, carne abandonada
sostenida contra contenedores de basura destruidos
tumbas vagamente familiares que alimento
de margaritas frescas y lluvia ácida
una cama amarilla de miedo y un dulce
disgusto en una habitación cargada de libros
y una mente engañándose a sí misma
la parada de bus donde un infante mastica
el corazón de una manzana mientras la madre adolescente trabaja
calentándose un dedo morado a la vez
la niña de la calle cargando un bebé
en la cadera derecha mientras la mano izquierda manipula la bolsa
de pegamento, la melodía clamorosa
sobre la que se mece, y estas monedas
—nunca suficientes— con las que intercambio mi culpa
la lluvia de amento que besa el asfalto amarillo
esas grumosas cerezas siempre verdes
ciento ochenta minutos de tiempo de llamada
comprados con un mes de salario, sin usar, caducados
los dos nudos de sangre que dejaste en mi labio inferior, sanando
mientras haces que mi mente entienda, pero no mi cuerpo – todavía
preguntas de dónde vienen estos poemas
tú que anunciaste tu partida en tan encantadoras cadencias
tú viajaste por mi país lo suficiente para saber
que todo lo que podía hacer era confiar en tu idioma
tú recorriste mi país lo suficiente para saber cómo la lengua,
aun sin hueso, rompe los huesos
[1] En la mitología rumana los strigoi son las almas en pena que de noche salen de sus tumbas para atormentar a los vivos. [N. de la T.]